lunes, 28 de julio de 2008

LO QUE EL VIENTO NOS TRAJO


En 1900 se vivió un cambio de siglo y el nacimiento de una frontera histórica. Juan Carlos Lemus nos regaló, en Revista D del 20 de julio, un artículo en el que evocaba una época que “el viento se llevó”. Tiempo de damas y caballeros, en que la respetabilidad de la palabra era la base de cualquier arreglo.
La visión de Lemus nos llevó de la mano por una Guatemala cultural y familiar, muy diferente a la que se vive en el presente. En la capital de aquel momento, además del Teatro Colón, había espacios dedicados a las artes escénicas y, desde 1895, ya se veía cine esporádicamente. Los hermanos Lumiere habían patentado su invento apenas seis meses antes. El país no solo estaba a la moda sino había un incipiente semillero que auguraba un futuro halagüeño.
En lo visual, varios jóvenes daban sus primeros pasos en la consolidación de sus carreras. Entre ellos destacan nombres de Autores como Julio Dubois, Agustín Iriarte, Ernesto Bravo, José Cayetano Morales, Domingo Penedo o Enrique Acuña Orantes. Todos ellos relacionados con el traslape de siglos y, lo más importante, formados durante el temporal empuje que el presidente Reyna Barrios le dio a las Bellas Artes entre (1892 y 1898).
Fue en el desaparecido convento de San Francisco, bajo la tutoría de Santiago González, en donde algunos de ellos se interrelacionaron con autores aún más jóvenes, que serían la base de lo que se desarrolló en el siglo XX. Entre ellos nombres vitales como Carlos Valenti, Rafael Yela Günther, Hernán Martínez Sobral y Rafael Rodríguez Padilla (estos dos últimos, fundadores de la Escuela Nacional de Artes Plásticas, en 1920). Todos, más tarde o más temprano, continuaron su formación en Europa. Carlos Mérida, se sumaría a la lista a finales de aquella primera década. El resto es historia, saltemos cien años.
La tendencia indica que las fechas más simbólicas cierran y abren círculos. Y éstos, ya sea por la carga psicológica que conllevan, tienden a parecerse, y brindar resultados similares. Si nos vamos al cine, es posible apreciar que ahora existe una industria naciente que da sus pasos con fuerza, y que promete convertirse en algo grande. Los escritores pasan por buenos momentos, y algunas editoriales nacionales (e internacionales) mercadean sus escritos con relativo éxito. Músicos, actores y bailarines también se desarrollan dentro de procesos aceptables, y algunos, inclusive, poseen carreras notorias en el extranjero. En las artes visuales del siglo XXI el fenómeno no se queda atrás.
Y acá regresamos al trabajo de Juan Carlos Lemus, y su visión para pronosticar que en el futuro se podrá narrar que en la 7a. avenida y 12 calle, en el 2008, era posible encontrarse saludándose de una manzana a la otra a un pintor llamado José Andrino con el escritor Eduardo Halfon. Al mismo tiempo, en la esquina, ver al músico Andrés Castaño comprar un “shuco” mientras comenta su reciente producción con la actriz Estephanie Zimeri (“la chica de las botas”). Eso, sin mencionar las posibilidades de intercambio generacional con autores más viejos.

lunes, 21 de julio de 2008

Relecturas en la XVI Bienal

Entre las actividades complementarias de la XVI Bienal de Arte Paiz, en Artecentro, se presentó al público las “relecturas” de trabajos específicos de cinco artistas relevantes en la historia del arte de Guatemala.
A diferencia de pasadas ediciones, el propósito de los curadores fue tomar distancia de los análisis tradicionales para enfocar la atención en aspectos poco resaltados en la producción de esos mencionados artistas. De este modo se llevó al público trabajos de Carlos Mérida, Roberto González Goyri, Wilfreda López Flores, Francisco Auyón y Luis Díaz (el único creador vivo de la lista).
Con Carlos Mérida y Roberto González Goyri la finalidad fue la de acercarse a la capacidad de diseño y abstracción de imágenes que ambos autores ejercían en su trabajo. En el caso de Mérida fue el Museo Nacional de Arte Moderno, que lleva su nombre, quien prestó dos originales y una parte de su colección gráfica. Los óleos La India (1926) y la Ofrenda de Maíz (1928) se suman a una selección de trabajos tomados por Rosina Cazali de carpetas gráficas impresas en diferentes momentos. Son Estampas del Popol Vuh, Trajes Regionales Mejicanos, Trajes Indígenas de Guatemala y Danzas de México, además de varios diseños para carteritas u otros medios, y el anteproyecto de uno de sus murales —Caperucita Roja— en la ciudad mexicana.
Con González Goyri se comentó su mural del IGSS, Nacionalidad Guatemalteca, del cual se extrajeron detalles para resaltar sus encuentros plásticos, ya sintetizados en aquel momento, en formas específicas que se le reconocen como propias.
Wilfreda López representa una verdadera rareza en esta selección ya que nunca gozó, en vida, del prestigio de los otros elegidos. Su formación la realizó en la Escuela Nacional de Artes Plásticas a principios de los años cincuenta, y por eso alcanzó a entender herramientas formales que supo matizar desde una intuitiva forma de ver su universo inmediato. Dos de sus principales maestros fueron Enrique de León Cabrera (diseñador e ilustrador, además de paisajista y retratista, cuya obra aparece en billetes de cinco y 10 quetzales) y el mexicano Arturo García Bustos, quien se hizo cargo del taller de grabado de la ENAP. Todos sus compañeros de taller fueron tratados con indiferencia por sus simpatías con los ideales del presidente Jacobo Árbenz. López, con gráfica fresca e inspiradora, pasó desapercibida por muchos años hasta que no hace mucho se empezaron a interesar en su producción curadores y periodistas jóvenes.
Con Auyón el ejercicio fue resaltar algunos aportes específicos que repuntan dentro de su producción cercana a la Bienal. Mismos que se centraron en instalaciones y pinturas sobre formatos convencionales. Entre ellos se recreó la obra El que esté libre de pecado que tire la primera piedra, que lleva a pensar en la pieza de Luis Díaz, cuya ubicación fue el Paraninfo Universitario. La reflexión y conexión de ambas es obligatoria. Guarda una relación directa con lo fuerte que puede llegar a ser la intención lapidaria en Guatemala. Tanto en la acción del ataque con las piedras o en el modo en que se utiliza la palabra como medio para hacerlo. Luis Díaz, conviene recordarlo, fue uno de los primeros artistas que ya en los años de 1960 exploró estos medios, que en aquel entonces eran considerados como alternativos.

lunes, 14 de julio de 2008

UNIVERSIDAD DE TÚN

De nuevo la obra de Francisco Tún despierta expectación. Conocida por el carácter único que la reviste, no deja de fascinar a propios y extraños.
El homenaje que Casa Santo Domingo organizó es muy representativo pues tuvo como objetivo, además de exaltar al autor y su labor, dar la bienvenida a una importante pieza al acervo de esa institución. Pintura que desde ya, en su posición institucional, se convertirá en una punta de lanza en el proceso de internacionalización por el que está pasando la creación de este desaparecido artista.
La producción en cuestión es un trabajo de grandes dimensiones, 94 x 245 centímetros, realizada hacia 1973. Ésta, apunté en el catálogo, además de ser una síntesis visual de lo que percibió Tún dentro de la Universidad de San Carlos de Guatemala, es un claro ejemplo de la capacidad expresiva que el artista poseía. De este modo, el mapa pictórico interpreta no solo la actividad en el campus central con simpleza y sagacidad sino que se adentra en narrar historias. Cosa que siempre fue característica en él. Esa pintura percibe, incluso, a estudiantes flotantes que asisten a la universidad para perder el tiempo.
La pieza, que en el catálogo aparece como “título desconocido”, ha sido nombrada tradicionalmente como “La Universidad”. Sin embargo, la misma pertenece a un lapso en el que el propio autor, Edith Recourat o sus marchantes anotaban en el reverso de sus trabajos el nombre de esas piezas. Ésta no posee ninguna identificación que permita afirmar fehacientemente que éste sea su nombre. La pintura es compañera de otra de iguales dimensiones, cuyo nombre es La que los acompaña, que trata sobre la problemática de la guerrilla y la población indígena. En la muestra reaparecen obras como La Aldea, que en el catálogo también se apuntó como sin nombre, junto a otros acrílicos significativos de la década de los años de 1970.
En un primer momento se pensó que las obras de Tún cabían dentro de la rica escuela popular del país. Lo anecdótico, la simplicidad de las formas contenidas dentro de amplios espacios abiertos —a pesar de ser éstos completamente antagónicos a la generalidad de la pintura popular— aunado a retratos de costumbres, validaban esa idea. La necesidad, políticamente correcta de centrar a un autor esencialmente indígena, pero ladinizado, inmerso en la dinámica citadina le sumó a su fama de artífice popular el agregado de urbano. A ello hay que sumar que Tún estaba sintetizando sus vivencias dentro del área marginal La Limonada, Cerrito del Carmen, la Penitenciaría o la provincia (Chimaltenango y Panajachel, entre otras) legando retratos reinterpretados de Guatemala.
José Bedia (juarado de la XVI Bienal de Arte Paiz) dijo cuando vio la muestra —antes de ser inaugurada, y coincidiendo con otros autores de trascendencia de todos los tiempos—: “Estamos ante un artista único”. Tún, más que validado por el mercado, los especialistas y la crítica, ha encontrado su lugar indiscutible en la historia de las artes del país.

lunes, 7 de julio de 2008

Carmen

De entre las múltiples manifestaciones escénicas, probablemente, la ópera clásica sea una de las que menos me llaman la atención. Por eso no suelo acudir a las escasas citas de este tipo que se dan en Guatemala. Pese a lo anotado han pasado los días y no puedo quitarme de la cabeza el espectáculo que presencié en la gran sala del Teatro Nacional, dicho sea de paso, por cumplir el compromiso creado por una amable invitación. Hablo, por supuesto, de Carmen.

De nuevo y como sucedió en el pasado con obras de Poda, me ha tocado escuchar diversidad de opiniones que van de lo adverso y repudio airoso del montaje, a la adoración total e incondicional de la propuesta. Actitud, esta última, a la que me sumo sin restricciones, no sin antes reconocer que soy neófito absoluto en ese campo. Sin embargo, desde mi posición de creador escénico, vi en el montaje valores que deseo compartir con mis lectores para crear otro punto de vista. También he de reconocer que para llegar a esta versión he investigado lo ya publicado y a la vez, consultado con otras fuentes calificadas que me llevaron a reconocer que Carmen fue cualquier cosa menos ópera. Habrá que concluir entonces que el director se apropió de la obra para crear un universo creativo paralelo, el cual coincido con otras opiniones, de carácter “goyesco”.

Un aspecto seguro es que los montajes de Estefano Poda, se salen del común denominador de lo que se ve en nuestros escenarios. Hay que recordar que la gran mayoría de chapines que acuden a estas citas no pueden viajar a Nueva York, Praga, Berlín o China para hacer comparaciones. Sólo puedo anotar que el trabajo contó con artistas nacionales de diversas ramas aportando lo mejor de sus talentos y esfuerzos. Es indudable que organizar un abanico tan amplio de capacidades, egos y protagonismos, necesitan un director muy especial. Más si se toma en cuenta el escaso tiempo que hay para reclutar artistas y ejecutar, con éxito, una producción de ese tamaño. Éste es uno de los puntos más fuertes de Carmen: la experiencia de pertenecer y, segundo, la de presenciar una propuesta de tal dimensión.

Visual, estética y un tanto neoclásica (en cuanto al tratamiento de sus desnudos). También posmoderna por la concepción de movimientos, el atrevimiento de su escenografía, la oscuridad de los personajes o el repetitivo patrón coreográfico… Quedan en mi memoria las apariciones de Cecilia Dougerthy quien, con la prestancia necesaria, se lució a la par de las figuras internacionales. Su aparición remarcó la posición que tiene la danza en los trabajos de Poda y el concepto propuesto de movimiento desde la visión de migración perenne de una humanidad errante. También fue notoria, entre otras apariciones, la brillante participación de Karen Rademann.
Áreas, duetos, armonías, melodías, coros, coreografías, acompañamientos musicales y otros detalles, son un enorme trabajo que hay que reconocerles a los artistas y al director por los alcances con los que coronaron el play… Habrá que esperar al año entrante para ver qué propone Poda y cómo supera lo alcanzado en este 2008.