lunes, 7 de julio de 2008

Carmen

De entre las múltiples manifestaciones escénicas, probablemente, la ópera clásica sea una de las que menos me llaman la atención. Por eso no suelo acudir a las escasas citas de este tipo que se dan en Guatemala. Pese a lo anotado han pasado los días y no puedo quitarme de la cabeza el espectáculo que presencié en la gran sala del Teatro Nacional, dicho sea de paso, por cumplir el compromiso creado por una amable invitación. Hablo, por supuesto, de Carmen.

De nuevo y como sucedió en el pasado con obras de Poda, me ha tocado escuchar diversidad de opiniones que van de lo adverso y repudio airoso del montaje, a la adoración total e incondicional de la propuesta. Actitud, esta última, a la que me sumo sin restricciones, no sin antes reconocer que soy neófito absoluto en ese campo. Sin embargo, desde mi posición de creador escénico, vi en el montaje valores que deseo compartir con mis lectores para crear otro punto de vista. También he de reconocer que para llegar a esta versión he investigado lo ya publicado y a la vez, consultado con otras fuentes calificadas que me llevaron a reconocer que Carmen fue cualquier cosa menos ópera. Habrá que concluir entonces que el director se apropió de la obra para crear un universo creativo paralelo, el cual coincido con otras opiniones, de carácter “goyesco”.

Un aspecto seguro es que los montajes de Estefano Poda, se salen del común denominador de lo que se ve en nuestros escenarios. Hay que recordar que la gran mayoría de chapines que acuden a estas citas no pueden viajar a Nueva York, Praga, Berlín o China para hacer comparaciones. Sólo puedo anotar que el trabajo contó con artistas nacionales de diversas ramas aportando lo mejor de sus talentos y esfuerzos. Es indudable que organizar un abanico tan amplio de capacidades, egos y protagonismos, necesitan un director muy especial. Más si se toma en cuenta el escaso tiempo que hay para reclutar artistas y ejecutar, con éxito, una producción de ese tamaño. Éste es uno de los puntos más fuertes de Carmen: la experiencia de pertenecer y, segundo, la de presenciar una propuesta de tal dimensión.

Visual, estética y un tanto neoclásica (en cuanto al tratamiento de sus desnudos). También posmoderna por la concepción de movimientos, el atrevimiento de su escenografía, la oscuridad de los personajes o el repetitivo patrón coreográfico… Quedan en mi memoria las apariciones de Cecilia Dougerthy quien, con la prestancia necesaria, se lució a la par de las figuras internacionales. Su aparición remarcó la posición que tiene la danza en los trabajos de Poda y el concepto propuesto de movimiento desde la visión de migración perenne de una humanidad errante. También fue notoria, entre otras apariciones, la brillante participación de Karen Rademann.
Áreas, duetos, armonías, melodías, coros, coreografías, acompañamientos musicales y otros detalles, son un enorme trabajo que hay que reconocerles a los artistas y al director por los alcances con los que coronaron el play… Habrá que esperar al año entrante para ver qué propone Poda y cómo supera lo alcanzado en este 2008.

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