lunes, 23 de febrero de 2009

El Tesoro de la Merced

Anoté la semana pasada que el jueves 12 de febrero visité el Museo de la Merced. También sugerí que el inmueble colonial que lo alberga es un testimonio en sí mismo y la colección que allí se exhibe, digna y reveladora de la capacidad de sus arquitectos y artistas.
También dejé apuntado que el guión museográfico quedó a cargo del historiador Roberto Andreu. Entre los muchos valores humanos hay que señalar la ilustrada utilización espacial sugerida por la arquitecta (y museógrafa) Mirella Beverinni ya que, sin intervenir los muros históricos, consiguió un sistema de exhibición en el que no se pierde la importancia del edificio. Al mismo tiempo facilitó la apreciación de lo que se exhibe con una justa dimensión individual de cada objeto, propiciando su proximidad sin que estas joyas corran riesgos.
En 1997, cuando aun no había ni esperanzas de recuperar el convento de las siempre destructoras manos gubernamentales, se publicó el libro Tesoro de la Merced. La edición general quedó a cargo de Ana María Urruela de Quezada. La obra registra la esencia que motivó la fundación de esta nueva institución cultural. Entre los autores que fundamentan el peso de aquel aporte se encuentran Gustavo Ávalos Austria, Dieter Lehnhoff, Luis Luján Muñoz y Ricardo Toledo Palomo, entre otros. El libro complementa de sobra la visita al tiempo y al museo.
El recorrido se divide en cinco secciones y la primera es la tocante al edificio. En la parte introductoria se puede seguir la historia de los mercedarios y los jesuitas en Guatemala a partir de determinadas pinturas que representan a hombres notables para ambas órdenes. También es perceptible la dimensión de la tragedia telúrica de 1773 que obligó la traslación y se hace visible lo que se quedó olvidado en el pasado y qué se consiguió hacer resurgir -con esplendor- en una locación empobrecida por las guerras españolas, la independencia y la inestabilidad política del siglo XIX.
La sala “brillos de plata” no tiene nada que envidiar al salón de platería guatemalteca del museo Franz Mayer en México. Este tipo de piezas pertenecen a lo más granado de los orfebres y sus joyeros coloniales. Desde navetas, estandartes, relicarios y otras piezas con diversidad de usos simbólicos y litúrgicos, el recinto se hace notar por la luminiscencia que emana.
También existe un espacio para las exposiciones temporales: “Devocionarios”. En él se presentan al público, dependiendo de la temporada litúrgica, objetos relacionados a las distintas devociones. Es allí en donde se pueden apreciar creaciones cuya misión es salir en procesiones o dedicados a distintos tipos de acciones de fe. Hay, incluso, casullas ricamente rematadas en joyería, sedas hiladas en oro, y plata.
Y por último, el espacio que da nombre al museo. Es allí en donde se encuentra escultura doméstica y eclesiástica. Entre las primeras hay que señalar especialmente las pequeñas tallas de la “Piedad”, la Virgen de los Desamparados, San Ignacio de Loyola y el Descendimiento… (Continúa).

lunes, 16 de febrero de 2009

El Museo de la Merced

El jueves recién pasado tuve el privilegio de visitar el nuevo museo anexo a la Iglesia de la Merced. Templo que, dicho sea de paso y sin perder su condición espiritual, reúne una de las colecciones más sólidas de arte barroco y neoclásico del país.
La existencia del nuevo espacio cultural resalta la idea de que, con voluntad y entereza, todo es posible. A qué me refiero: la colección de tesoros que protege se está exhibiendo en un edificio histórico rescatado de la desidia y la ignominia política. Se trata del antiguo convento de la orden mercedaria, hoy bajo la custodia de los jesuitas y un patronato que celosamente encabeza la señora Ana María Urruela de Quezada quien trabaja junto a otras destacadas personalidades de la iniciativa privada.
Tanto el convento, como la iglesia, se construyeron después de los terremotos de Santa Marta de 1773, en un período más o menos inmediato al de la traslación de la ciudad acontecida tres años después de aquellos movimientos telúricos. No sería hasta el 16 de junio de 1802 que el padre provincial, Luis García, presentaría al Real Ayuntamiento los planos de la iglesia que se había comenzado a erigir poco antes. El 2 de marzo de 1810 la Junta Superior de Hacienda aprobó los planos para el convento.
El 7 de junio de 1872 Justo “Rufián” Barrios –para utilizar el apelativo con el que se le recuerda en ciertos ámbitos- suprimió las órdenes religiosas y repartió a discreción los conventos entre dependencias del estado e incluso particulares.
Aunque la ley protegía los bienes muebles de la Iglesia, también algunos de sus objetos preciosos se perdieron en el evento. En el proceso también cambiaron de manos muchas obras de gran valor histórico y monetario.
La Merced fue una de las más afectadas y hoy, en el recorrido de lo que se ha rescatado, se puede apreciar la magnitud del ultraje al que fue sometida. De lugar de recogimiento pasó a ser un espacio más para la tortura y los ajusticiamientos. Fe de ello lo da la pared agujereada por los balazos y perdigones producidos por los fusilamientos efectuados dentro de la cárcel que allí funcionó. Ver este vestigio acongoja.
Hoy, ya de nuevo en manos de sus custodios, el espacio se llena de un hálito especial relacionado con una parte de las raíces históricas del pueblo guatemalteco. Si bien, ya no será usado como hogar para los sacerdotes, la dignidad con la que fue erigido y rescatado queda a la vista. Es impresionante la diferencia entre el bullicio de la ciudad y el silencio y armonía de su interior. Al centro del patio colonial hay una nueva fuente que, siendo moderna, amarra el pasado con el presente. Los vestigios de la anterior están a la vista, al mismo tiempo de haber quedado protegidos por la nueva integración.
El edificio, al igual que pasó con el Museo de la Catedral Metropolitana, fue acondicionado de tal manera que la colección exhibida se percibe sin perder la función para la que fue creada. Si entendí bien, quien acondicionó las cuatro salas y creó el guión general fue Roberto Andreu… (Continúa).

lunes, 9 de febrero de 2009

Se buscan

Con fines estrictamente de investigación y guardando la discreción correspondiente, se están localizando obras y/o información de varios artistas visuales nacionales y extranjeros activos en Guatemala en distintos lapsos.
Aunque no se trata de una sola investigación, muchos de los protagonistas interactuaron juntos en los mismos escenarios o se cruzaron en el tiempo perteneciendo a distintas generaciones no ajenas entre sí. A pesar de que muchos documentos muy bien fundamentados dan noticias de su presencia en determinado período, son pocos los ejemplos físicos que permiten hacer palpables sus aportes.
Por lo anotado, es importante hacer un registro que valore las producciones en distintas colecciones y que reafirme lo que se sabe sobre los distintos autores. La primera solicitud gira en torno a la próxima inauguración de la sala-museo en honor a la pintora Delfina Luna de Herrera, en la ciudad de Antigua Guatemala. Esta artista nació en 1827 y murió en 1912. La intención es la de buscar obras y manuscritos que complementen la investigación que ahora se encuentra en marcha. La fuente de las mismas será confidencial para la seguridad de las piezas y el anonimato de sus propietarios y será utilizada en un análisis que se publicará en un libro, guardando siempre la discreción correspondiente.
La artista solía hacer trabajos de índole religiosa y retratos... algunas fuentes indican que produjo bodegones y registros arqueológicos. Entre su obra pública destacan dos lienzos de la cúpula de la Iglesia de la Merced de Antigua Guatemala. Para contactarnos puede comunicarse a los siguientes e-mails: dgmonsanto@hispavista.com y shu@unis.edu.gt poniendo en el asunto del mensaje: Investigación Delfina Luna.
Con las mismas características, para otro libro, se están localizando papeles y trabajos realizados por el artista suizo Francisco Durini y otros creadores que arribaron con él al país. Entre ellos destaca el catalán Tomás Muhr (autor del monumento a Cristóbal Colón). Durini fue contratista, pintor y escultor. Llegó a Guatemala durante el gobierno de Justo Rufino Barrios y mantuvo una intensa actividad entre Europa, Centro América, Sudamérica y México como arquitecto, ejecutor o importador de obras artísticas de diversa índole hasta 1920, que es cuando muere. Las crónicas indican que fue excelente dibujante. Entre su obra pública destaca el fray Bartolomé de las Casas que se exhibe en los jardines exteriores de la iglesia de la Merced, en la Antigua Guatemala.
Del período de José María Reyna Barrios hay interés de localizar producciones específicas del artista Justo de Gandarias. Muchas de ellas le dieron fama en París, alrededor de 1878. A ellos se suman otros trabajos en bronce, porcelana, madera, mármol, cemento y otros metales industriales que quedaron catalogados en distintas exposiciones universales en Europa y Chicago, que llegaron con él a Guatemala en 1895. Entre estas piezas hay además planos arquitectónicos, obras pictóricas o escultóricas en pequeño formato y otras tantas de dimensiones mayores como La Fortuna, el busto de la Reina Regente, La Parisien, Japonesa y Japonés (de las cuales hay una pareja en bronce en el Palacio Real de España), entre otras muchas creaciones. La dirección a la que se pueden comunicar es dgmonsanto@hispavista.com… el listado continúa.

lunes, 2 de febrero de 2009

Valenti (Final)

En la semblanza que Agustín Iriarte realizara en 1928, para el catálogo de la primera retrospectiva de Valenti, el artista creó un perfil que permite recrear en parte no sólo el espíritu del fallecido, sino algunas de sus motivaciones creativas.

En ella, Iriarte reafirma el pensamiento de que Valenti comenzó como su pupilo y no como su compañero de clases en el taller de Santiago González. De hecho facilita visualizar a un joven músico que, con el beneficio de la compañía del artista, se transformó en pintor. Otro punto que lo hermana a Carlos Mérida quien también tenía muchas posibilidades con el piano. En el Museo Nacional de Arte Moderno hay un carboncillo de Mérida al piano y en la colección del Dr. Morales otro de Mérida trabajando en su estudio de pintura, entre distintos ejemplos atribuidos a él en otras colecciones.

“Notaba —cuenta Agustín Iriarte— cierta tristeza y desencanto, no comprendiendo cómo un adolescente no tuviera esas ilusiones y alegrías propias de su edad. Cuando sonreía era únicamente con ironía y cuando hablaba era breve y conciso en sus pensamientos. Era un observador”.

También da noticia, en esa reseña, de la constante comunicación epistolar que mantuvieron mientras Iriarte permaneció en la Academia de Bellas Artes en Italia (1908-1914). “Preguntábame a menudo —continúa— de los países y museos que visitaba, de los maestros que más me atraían y de las obras o estudios que me ocupaban, haciéndome indicaciones sobre ésta o aquella escuela. Quiero estar contigo, me decía ya en París, yo también sueño en Italia... En todas sus cartas, que aún conservo, como en su persona había observado, se traslucía ese fatalismo y decepción… París, la gran Ciudad Luz de que antes me hablara lleno de entusiasmo, parecía no llenar sus aspiraciones. Parecíame un atormentado”.

En París se inscribieron en la Academia Vitti, bajo la tutela del fauvista holandés Kees Van Dongen y del español Hermenegildo Anglada Camarasa. Su residencia la tenían en el 32 Rue des Fossés-Saint-Bernard, lugar en donde se pegaría “dos tiros al corazón” que le cegaron la vida. Por lo breve del lapso y por lo poco fechado que de él hay en Guatemala, es sólo con los trabajos más obvios que se puede asumir lo que allá estaba haciendo: “Puente Sobre el Sena”, es un trabajo urbano con dimensiones modestas que reflejan la visión Impresionista, no académica, por la que transitaba en aquellos momentos. La ausencia de presencia humana, la selección pictórica de los ocres y fríos, matizan un espíritu melancólico dentro del conjunto. Pintura que contrasta con los coloridos de otros óleos contenidos en el legado Morales. Probablemente, por la naturaleza compositiva de la obra y por tratarse de desnudos masculinos, sean de ese momento “San Jerónimo II” y “Varón al Desnudo”.

La muestra finalizó este fin de semana pero la obra de teatro de Halfon, que narra su historia, se presentará los sábados a las cuatro de la tarde en el Colegio Mayor de Santo Tomás, auspiciada por Casa Santo Domingo y Aquelarre.