lunes, 14 de julio de 2008

UNIVERSIDAD DE TÚN

De nuevo la obra de Francisco Tún despierta expectación. Conocida por el carácter único que la reviste, no deja de fascinar a propios y extraños.
El homenaje que Casa Santo Domingo organizó es muy representativo pues tuvo como objetivo, además de exaltar al autor y su labor, dar la bienvenida a una importante pieza al acervo de esa institución. Pintura que desde ya, en su posición institucional, se convertirá en una punta de lanza en el proceso de internacionalización por el que está pasando la creación de este desaparecido artista.
La producción en cuestión es un trabajo de grandes dimensiones, 94 x 245 centímetros, realizada hacia 1973. Ésta, apunté en el catálogo, además de ser una síntesis visual de lo que percibió Tún dentro de la Universidad de San Carlos de Guatemala, es un claro ejemplo de la capacidad expresiva que el artista poseía. De este modo, el mapa pictórico interpreta no solo la actividad en el campus central con simpleza y sagacidad sino que se adentra en narrar historias. Cosa que siempre fue característica en él. Esa pintura percibe, incluso, a estudiantes flotantes que asisten a la universidad para perder el tiempo.
La pieza, que en el catálogo aparece como “título desconocido”, ha sido nombrada tradicionalmente como “La Universidad”. Sin embargo, la misma pertenece a un lapso en el que el propio autor, Edith Recourat o sus marchantes anotaban en el reverso de sus trabajos el nombre de esas piezas. Ésta no posee ninguna identificación que permita afirmar fehacientemente que éste sea su nombre. La pintura es compañera de otra de iguales dimensiones, cuyo nombre es La que los acompaña, que trata sobre la problemática de la guerrilla y la población indígena. En la muestra reaparecen obras como La Aldea, que en el catálogo también se apuntó como sin nombre, junto a otros acrílicos significativos de la década de los años de 1970.
En un primer momento se pensó que las obras de Tún cabían dentro de la rica escuela popular del país. Lo anecdótico, la simplicidad de las formas contenidas dentro de amplios espacios abiertos —a pesar de ser éstos completamente antagónicos a la generalidad de la pintura popular— aunado a retratos de costumbres, validaban esa idea. La necesidad, políticamente correcta de centrar a un autor esencialmente indígena, pero ladinizado, inmerso en la dinámica citadina le sumó a su fama de artífice popular el agregado de urbano. A ello hay que sumar que Tún estaba sintetizando sus vivencias dentro del área marginal La Limonada, Cerrito del Carmen, la Penitenciaría o la provincia (Chimaltenango y Panajachel, entre otras) legando retratos reinterpretados de Guatemala.
José Bedia (juarado de la XVI Bienal de Arte Paiz) dijo cuando vio la muestra —antes de ser inaugurada, y coincidiendo con otros autores de trascendencia de todos los tiempos—: “Estamos ante un artista único”. Tún, más que validado por el mercado, los especialistas y la crítica, ha encontrado su lugar indiscutible en la historia de las artes del país.

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