Ochenta y ocho años han pasado desde su fundación en 1920. Como todas las escuelas de arte oficiales del país, superando carencias con imaginación y voluntad infinita.
Luego de publicada mi columna del lunes pasado recibí algunos e-mails pidiéndome que amplíe algunas ideas vertidas en ella. Entre esos pensamientos, lo relativo a los estudiantes que ingresan a la academia y las condiciones en las que lo hacen.
Por la manera en que se le ataca, la ENAP pareciera no haber sido nunca el universo ideal para la enseñanza, ha funcionado en distintas épocas como un imán para postulantes de todas las regiones del país. Por ello es muy fácil encontrar entre las promociones de educandos un conglomerado pluricultural, multiétnico y plurilingüe, muy complejo. Circunstancia que complica la panorámica docente ya que además de necesitar maestros atípicos y sensibles al arte, deben poseer una disposición extra para mantener la motivación de sus pupilos. Cualquier estudio que obvie este perfil está condenado a hacer fracasar el objeto del mismo: el futuro de los estudiantes.
Si bien la buena intención es que se formen integralmente, la meta será procurar no distraer el impulso vocacional de un selecto grupo de muchachos que, temprana e inusualmente, saben lo que van a hacer el resto de su vida. Punto en el que aventajan a muchos otros estudiantes de educación media de su misma edad.
Por supuesto, hay que implementar nuevos conocimientos. El arte hoy ha evolucionado hacia otros derroteros que es necesario conocer. También hay que tener presente que las nuevas tecnologías expresivas no borran ni substituyen las del pasado. Los artistas tienen que saber hacer una línea recta, las bases de la escultura tradicional, la psicología del color, en fin. Por el otro lado los problemas inmediatos de la ENAP son muy sencillos: necesita presupuesto para operar.
Maestros que trabajen dentro del campo conceptual y lleven a los neófitos por su senda ya están dentro del plantel. Sin embargo la amenaza de corte de luz o la falta de pago de la línea telefónica son problemas de a diario (y no hablo solo de la presente administración). Bajo estas circunstancias ¿es válido decir que no operan a tope por incapacidad?
En otro orden de pensamiento, hay que entender que materias como la química, por supuesto sirven en su formación. Los restauradores de patrimonio deben manejarla para no destruir los trabajos que estén en sus manos. Matemáticas, pues además de desarrollarles la lógica, puede servirles para intervenciones espaciales de distinta naturaleza. Probablemente estos conocimientos lleguen durante la especialización que decidan seguir en su camino. Y es allí donde las alianzas estratégicas pueden funcionar. ¿Qué pasaría si especialistas del Instituto de Antropología e Historia o del Consejo Para la Protección de la Antigua Guatemala entraran a impartir cursos específicos? Esto no solo beneficiaría a los alumnos y maestros, sino que redundaría en otro tipo de profesionales. El tema da para mucho ¿verdad?
lunes, 1 de septiembre de 2008
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