lunes, 6 de octubre de 2008

Jaime Arimany

Uno de esos espacios de discusión y reciprocidad de ideas lo proporcionó el trabajo que realizó Antonio Tejeda Fonseca en las excavaciones arqueológicas que se realizaron en diferentes asentamientos de la república.
Con él viajaban en excursión otros autores entre los que aparecen, inclusive, autoras como Carmen de Pettersen. Existen infinidad de ejemplos que permiten conjeturar que Arimany también viajó y pintó in situ.
En Jaime Arimany se perciben hallazgos en cuanto al manejo de la luminiscencia. Por ello fue seleccionado para la exposición de Casa Santo Domingo el autorretrato donde él, a contra luz, resuelve los problemas correspondientes. En esta obra no sólo difiere en cuanto a estilo con el que realizó a su esposa, vestida de traje regional español, con un abanico en la mano, sino que se aleja de los dos desnudos contenidos también en el guión museográfico. Ese óleo resume su interés por “el resultado de la luz incrustada en sus cuadros” (Delia Quiñónez, 1994).
Sus bodegones, más que ejercicios académicos, atesoran contrastes de color aplicados en formas reconocibles pero no fehacientes. En este sentido y como se puede apreciar en su paisaje, comenzó a caminar hacia un sentimiento de síntesis afín a las tendencias que se estaban desarrollando a su alrededor durante el corredor democrático 1944-1954. Lo interesante es que supo ser fiel a sus motivos y ahondó en ellos hasta prácticamente unos días antes de su fallecimiento en 1995. No importaba en dónde se encontrara, si había pincel, soporte y pigmento. Pretextos siempre encontró. Ya en su estudio, ya en la naturaleza.
El color, fuerte, intenso, fue aplicado gestual y contundentemente. Es como que si el artista se hubiera propuesto terminar sus cuadros en pocos minutos para que los matices que veía no se transmutaran con el cambio de la luz. Empastes generosos se deslizaron sobre el lienzo, haciendo contornos de apariencia descuidada y nerviosa. Con lo denso provocó sombras y contrastes. Valiéndose de la suelta pincelada, colocaba las ideas para que el observador las leyera. En esto era impresionista. En esas creaciones cupo una nueva idea de figura humana que se alejó diametralmente de sus retratos de estudio. Principalmente porque el hombre podía percibirse como elemento del paisaje y no como protagonista.
Casas, algunas insinuaciones arqueológicas, cultivos, se suman a panorámicas en esta exposición. Siempre, integrados a una visión en la que no cabían individualidades porque todo era parte de un conjunto. Inclusive, cuando hay algún detalle que resalta por la posición que ocupa en el entorno, éste sirve para acentuar la idea de elemento de paisaje, sin que el resto pierda importancia.
La naturaleza, sus colores y su impacto. La paleta que utilizó fue rica. Es esa riqueza la que distingue, día con día, temas que reflejó incansablemente. De allí que podría conformarse un guión museográfico destinado a demostrar las innumerables variaciones por las que puede pasar una misma vista. De esta forma no sólo cuentan las rocas, los movimientos del agua, el crecimiento de arbustos o cultivos diversos

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