En varias entrevistas me han preguntado por qué me decidí a hacer teatro serio en un medio que suele ser hostil a las representaciones escénicas de esa naturaleza. Mi respuesta está dividida por varios eventos.
Uno de ellos me lleva a los inicios de la década de 1980, cuando, siendo yo un estudiante de psicología, vi a un entusiasta joven haciendo actividades teatrales en la Universidad Rafael Landívar. Aquel muchacho de abundantes cabellos, tan escasos hoy como los míos, era Joaquín Estuardo García (Joam Solo). Su primer ámbito de acción, 1980 a 1982, lo realizó con el grupo de teatro de la Facultad de Arquitectura, llamado La Mancha.
En 1982 ambos audicionamos para obtener un papel en la obra Romeo y Julieta, que iba a dirigir Ricardo Mendizábal (Q.E.P.D.) en el Gadem. Pasamos la prueba pero yo no pude salir en la obra, así es que tampoco lo conocí personalmente en ese momento.
La casualidad quiso que en 1982 los dos hiciéramos el mismo papel en dos montajes de naturaleza muy diferente en el IGA, uno detrás de otro. Él, en La Casamentera, y yo, al fin, como debutante en el musical Hello Dolly: este rol fue el de Bernabé Tuker. Hasta ese momento realicé el sueño de parecerme a él. Todavía no éramos amigos, pero en mi visión, Joaquín ya era un señor actor. Cosa fácil de comprobar por los registros que existen de su labor.
No fue raro que con su capacidad creativa y formación como arquitecto, también se especializara en escenografías. La primera de ellas fue para Maribel y la Extraña Familia (1984), con el que además obtendría una de sus nominaciones a los codiciados premios Opus, entregados por el desaparecido Patronato de Bellas Artes. Según la información que tengo, a partir de aquellas fechas hizo casi todas las escenografías de los montajes en los que participó.
Como actor ha estado bajo la tutela de innumerables directores: entre ellos destacan los nombres de Guillermo Ramírez Valenzuela, Dick Smith, Ricardo Mendizábal, Judith Armas y Miguel Cuevas (coreógrafos); Luiz Tuchán, Ricardo Martínez, Javier Pacheco, Jean-Yves Peñafiel, solo para mencionar algunos.
También ha encontrado dimensión como director. La Sirena Varada llegó tempranamente en 1988, y un año después su primer montaje para niños. A partir de aquel momento la suma de proyectos creció tanto que llegó por fin la necesidad de tomar sus propios espacios creativos. En otras palabras, adueñarse positivamente de escenarios que supo hacer suyos con propuestas magnificadas desde su visión.
Hay que destacar también el tamaño de Escenográfica, entidad donde ha realizado fantásticos decorados de magnitud inconmensurable y naturaleza diversa. Todo ello desembocó en una nueva etapa. Desde el 2005 tuvo el coraje de hacerse cargo de una sala y fundar Solo Teatro (en la zona 13).
Esto último es un mérito aparte, ya que pudiendo tomar el camino más fácil, optó por trabajos fundamentados en la búsqueda y encuentro de valores artísticos en los que arriesga todo el tiempo su inversión.
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