lunes, 22 de marzo de 2010

35 años de subasta rotaria

Treinta y cinco años han pasado desde que, en 1975, se efectuara la primera subasta organizada por el Comité de Damas Rotarias Guatemala Sur.


Lo transcurrido son años de reflexiones, adelantos —algunos retrocesos, como todo— y lo más importante, de ser parte integral de la cultura social y artística de Guatemala. En un momento en que los cánones creativos han cambiado radicalmente, las rotarias encontraron una fórmula para darle continuidad a la actividad sin perder la personalidad y el espíritu que las ha caracterizado. Un evento de esa naturaleza, en los años de recesión que se viven en la actualidad, es una proeza. Un grupo, muy visible, quisiera que obra por obra, como también Juannio, desaparecieran. ¿Qué hay detrás de estas iniciativas? O ¿dónde surgen estas inquietudes? La respuesta es muy obvia. Primero brotan de las nuevas figuras —todopoderosas— disfrazadas de curadores. Personajes que no son otra cosa que gestores o marchantes encubiertos que ven peligrar su jugosa ganancia debido a la convocatoria de las entidades organizadoras y la fuerza que estas han desplegado por sacar del juego a los falsificadores de obras de arte que parecieran más fortalecidos que nunca. Deslealtad que les ha llevado incluso a infiltrarse en las casas de coleccionistas particulares que son convencidos, luego de estrategias específicas, que además de no tener gusto, deben deshacerse de todo lo que sobra en la colección

¿Ya habrá adivinado el lector quiénes les hacen el favor de vender lo que “sobra” y también se encargan de rellenar los espacios dejados por la obra saliente? Claro: esos pseudocuradores. De este modo mucha gente ha salido de sus Dagobertos Vásquez, Carlos Mérida, Elmar Rojas, Antonias Matos, para dejar lugar a trabajos de dudosa factura y escasos valores artísticos, pero muy fortalecidos por personas que no tienen una mínima idea de quiénes son los artistas que forjan la historia del arte nacional. Sin embargo fungen como los nuevos expertos. Este debería ser material para otra serie de columnas, pero ¡qué pereza! Del que hablo es un equipo tan cerrado y organizado, que cuenta incluso con periódicos a su disposición y una maquinaria capaz de triturar a quien con ciega locura sus colores pretenda manchar.

Lo positivo es que, a pesar de la corriente poco propicia, las rotarias lo volvieron a hacer y me atrevería a decir que muy bien. Independiente a lo que se cuelga en las paredes, que hay que seguir evaluando la forma de acercarse a nuevos coleccionistas, la promoción que se hace a artistas emergentes y consolidados, lo que más impacta es el dinero que se distribuye para que las distintas fundaciones que acompañan el evento puedan realizar labores humanitarias y educativas vitales para Guatemala. Dicho de otro modo, lo suntuario se pone al servicio de los necesitados de una manera directa y honrada. De paso impactan la economía de los artistas y los dan a conocer, ya sea por su catálogo virtual o por los distintos registros que aparecen en medios de comunicación.

Treinta y cinco años son una vida. En el camino se han quedado ya varios creadores y organizadores. Sin embargo, el espíritu continúa. Algunos rotarios saben que tienen por delante todavía una reconciliación que, a la vez, le dé más amplitud a su misión.

Feliz Aniversario

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