lunes, 18 de febrero de 2008

II Salón Nacional del Grabado

Esta muestra, exhibida en el Museo Nacional de Arte Moderno, se destaca por varias razones.

Entre ellas, es un buen medidor de la actividad creativa que se desarrolla en el país alrededor de la gráfica. Además remarca las tendencias estilísticas que atraen la atención de los artistas contemporáneos y hace visibles tecnologías expresivas en las que pesa tanto lo conceptual como lo técnico. En síntesis, presenta un abanico de expresiones que refleja riqueza de motivaciones y capacidades.

El concurso es abierto, a él puede acceder quien se perciba con la habilidad suficiente para optar a un premio. Debido a ello es posible visualizar una agobiante cantidad de obra (no todas de la misma categoría). El ejercicio de visita, por lo tanto, sería recomendable que se realizara por segmentos porque es imposible registrar tantas y variadas propuestas en un solo recorrido.

La semana pasada mencioné la presencia de algunos artistas ganadores del certamen sin entrar de lleno en su trabajo, cosa que creo es necesaria hacer en este momento: Marlov Barrios, primer lugar de la contienda, debe ser considerado como un científico que investiga, entiende y traduce -a sus lenguajes- el conocimiento adquirido. Desde el inicio de su carrera siempre manifestó interés por la línea como medio de expresión y la exploración de contenidos populares como vía de transmisión de pensamientos conceptuales. La tecnología digital en esta obra llega al refinamiento más puro de la gráfica. Incluso puede comparársele (y más) con los resultados brindados por las serigrafías ya que registra sutilezas que ésta última no puede captar. “Emblemática I” se adentra en la percepción y creación estética, popular, de los lenguajes periféricos. Tomando la referencia de las decoraciones interiores de los buses extra urbanos, Barrios propone estampas con formas similares a las que utilizan las maras para marcar sus propios territorios. Lenguajes que, por ser tan adyacentes, se hacen ilegibles para lecturas más convencionales y por ello menos relacionadas con lo contemporáneo.

En la misma situación se localiza lo que produce Josué Romero. En este caso la reflexión se encamina hacia lo más obvio y por ende, cuestiona desde otra perspectiva. Éste autor se apropia tanto de objetos globalizados por la fe como de logotipos universales. Al unirlos el resultado es revelador. El observador acá, si se espabila, se mira en el retrato macificador en el que se desenvuelve. En otras palabras, entra sin preámbulos en la relación con el trinomio religión, comercialización y mercado objetivo de explotación.

Si un artista es el centro de la creación y por lo mismo la fuente de referencia inmediata, Mario Santizo es el que mejor lo demuestra. Salvo excepciones y otros trabajos relacionados con lo erótico, Santizo se adentra en la interiorización de sus propios fantasmas y los hace visibles en composiciones que luchan entre lo estético y lo grotesco. El autorretrato con el que participa no es una lección anatómica de órganos a la vista. Es, su propia vida expuesta, descarnada, retando al observador. Es, además de una propuesta artística, un discurso pletórico de contenidos avasallantes... (continúa).

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