lunes, 3 de marzo de 2008

El arte de hacer el tonto

Es indudable que los lenguajes visuales han evolucionado para bien. Dejando de lado los medios que utilizan los artistas, obras, referentes —que en algunos casos parecieran ya ser de uso universal por la facilidad con la que se apropian de las ideas de otros… (Hasta el nivel del descaro)—, a la formación del público, que aprecia o repudia su trabajo, es evidente que en el presente todos los intermediarios involucrados entre emisor y receptor son quienes tienen la última palabra sobre qué es el arte.

Quiénes son estos protagonistas de segunda línea que restan (o dan dimensión) al artista y su creación y orientan (o todo lo contrario) al observador. Bueno, desde el escenario del trasiego de obra son los llamados gestores y promotores. Los que venden, se mueven en los espacios representados por galerías de arte nacionales y extranjeras, museos, marchantes individuales y otras entidades de impacto cultural que juegan un papel concreto en la difusión del producto creativo. En el caso de las fundaciones culturales, lucen su altruismo convirtiéndose en paladines, que son parte organizada de un sistema que promueve y justifica desde otras perspectivas, el trabajo de los productores. Integrado a la visión, el gestor es quien logra, a partir de la búsqueda de donantes y enlaces, la base para la elaboración de proyectos imposibles de financiar en otras circunstancias. Es, este segmento, un universo simbiótico y eficiente.

En otro plano de más privilegio y de absoluto poder, se encuentran los curadores. Estos han desempeñado un rol protagónico en función del ordenamiento de ideas y de la presentación de muestras más coherentes. Su presencia ha reordenado el mundo expositivo desde perspectivas sobresalientes. Destaca la creación de guiones científicos que toman como base la selección de obras que facilitan la lectura de cada colección a través del trabajo del museógrafo. Sería impensable hoy en día una exhibición que no fuera matizada desde la perspectiva de los curadores.

Sin embargo, no todo son flores para estos profesionales. Hay un malestar que hace eco desde otras comunidades extranjeras y que acá se menciona por lo bajo. De hecho ya se acuña el título transnacional de “curador tirano” o “curador dominante” para aquellos que, como dictadores autócratas, desarrollan sus propias ideas a partir de peones (“sus” artistas). Cuando los curadores elaboran su misión desde el campo de gestión, promoción y mercadeo de trabajos, ya sea por jugosos beneficios, la colocación de obras en colecciones particulares o estatales, su papel es discutible. Aquí se agudiza el prurito ya que por ser juez y parte es muy fácil ser negligente con sus intereses, validados por él mismo en el eficiente esquema de los circuitos de poder en los que tiene voz y voto. Por el otro lado, podría llegar a ser muy severo con los que no están en su jugada. Es factible encontrar especialistas objetivos que manejen bien y con equidad sus responsabilidades. Pero las suspicacias siempre se despiertan. Al final quienes más importan son los propios artífices, su trabajo y el público, lo demás podría caer en el arte de hacer el tonto.

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