lunes, 12 de mayo de 2008

Magda Eunice Sánchez

A penas hace unas semanas todo parecía estar sin mayores novedades. El primer síntoma fue en público: se desmayó en una exposición. El comentario en aquel momento fue que el evento le había sucedido con tanta gracia que se parecía, en lo etéreo de la caída, a una de sus propias pinturas. Nadie podía imaginar que aquello no era más que un síntoma de una terrible enfermedad terminal.

Hasta hace a penas unas semanas la artista lucía llena de planes y de vida. Incluso expuso una colección más que interesante en enero. Ella y sus últimos trabajos estaban resplandecientes. A estas alturas no sabemos si Magda ya sabía lo avanzada que estaba su enfermedad o si simplemente quiso ignorarla para seguir adelante hasta que el cuerpo aguantara. Toda conjetura cabe dentro de lo posible.

Con Magda Eunice Sánchez se perdió a una de las figuras femeninas con más presencia y constancia en la historia de las artes de Guatemala. Sus primeras apariciones en el escenario visual guatemalteco se remontan a los años sesenta cuando, siendo una estudiante de arquitectura, comenzó a hacer algunas ilustraciones y dibujos muy sueltos. Ella siempre dijo que lo que le gustaba era pintar por el gusto de hacerlo y no por nada más. En este sentido siempre le fue fiel a su lema y no se dejó influenciar por las corrientes político/sociales que investigaban sus condiscípulos de la generación del sesenta ni por las conceptuales de los artistas alrededor de la Galería DS.

Con esas herramientas y con determinación consiguió, por méritos propios, estar incluida entre un grupo muy cerrado de hombres, en la exposición de apertura de la galería Vértebra. A partir de aquel momento siempre estuvo considerada como singular entre el selecto listado de varones que conformaron la cúpula creativa del arte del siglo XX. Incluido en este pequeño grupo su propio tío Dagoberto Vásquez Castañeda que, como es lógico, debe ser considerado una de sus referencias inmediatas. Sin embargo, hay que subrayar que, aunque ambos coincidían en algunas temáticas, tenían formas opuestas de expresarlas.

Su tópico principal, aunque no exclusivo, fue la mujer. A ésta la exaltó hasta el límite remarcando su sensualidad estética con una poesía especial, única y evocadora. Sus obras anteriores y recientes no dejaron nunca de ser autorretratos que señalaban aspectos introspectivos. De allí que sus gatos jueguen ese doble papel entre feminoide y enigmático. De la vitalidad equina se concentró en hacer visible la gracia e ímpetu del garañón pero entregándole un halo femenino propio. Manchas, dedazos, corrompían lo límpido del soporte para otorgar otra fuerza antagonista a esos modelos provocativos. Su acuarela, lo mismo que otros pigmentos, tomaron características “magdianas” que sólo a ella le funcionaron y que alcanzó a llevar al campo de la escultura con una nueva realidad.

Su muerte, temprana ya que estaba en plena producción, sorprende y enluta de nuevo al sector cultural artístico del país… Descansa en paz, querida Magda. Te vamos a extrañar siempre. Adiós.

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