Hace siete años, Ana Silvia Ramírez (directora del Instituto Guatemalteco Americano), invitó a las artistas que conforman este grupo para mostrar al público sus acuarelas. Aquellos trabajos no dejaban de ser académicos en cuanto a la utilización de recursos pero, esto es importante, había algo que las diferenciaba del resto de pintores y pintoras amateur. Tenían conciencia de lo que estaban haciendo y se divisaba una búsqueda responsable hacia otros derroteros que hoy son una realidad bien distinta.
Las Hecho en Guatemala han pasado su carrera sin gozar del favor de críticas bien fundamentadas. Cuando éstas han aparecido fueron revestidas de aspectos furibundos y a veces, hasta misóginos. Esto porque se enfocan en perfiles periféricos -respecto a su rol diario como mujeres- sin abordar, frontalmente, los elementos que componen las obras que producían. De allí surgió el término que Daniel Schafer subrayó positivamente. “Doñitas que pintan”. Como conjunto adquieren fuerza al encontrar eco desde su mayor fortaleza; el género. Es desde esa visión de amas de casa, profesionales y artistas, que han sabido conjugar una producción honesta matizada en la utilización de conocimientos tradicionales y contemporáneos. En su imaginario estético no hay nada hurtado a los magazines de moda creativa. Ellas son quienes son y desde allí proponen con seguridad y una fuerza inusitada.
Evolución. No se me ocurre una mejor palabra para describir el proceso creativo del colectivo femenino Hecho en Guatemala. Su continua avanzada surge de una plena conciencia de adquirir estructuras formativas, aunadas a un conocimiento pleno de pertenencia de una cultura sincrética, muy particular; la chapina. Como autoras, en constante encuentro de lenguajes, es obvio que poseen influencias externas e internas, de otra manera, no funcionarían como sociedad que intercambia ideas. Al mismo tiempo plantean la resolución de las problemáticas técnicas que se les presentan.
Aciertos y propuestas para sus lenguajes. Entre los maestros más visibles por los que han pasado se encuentran grabadores de primer orden como Anacleto Camey, Moisés Barrios y La Torana. Asociación, esta última, con la que guardan la coincidencia de haberse organizado más o menos al mismo tiempo hacia principios de siglo. Por ello, se les quiera reconocer o no, ambos colectivos son protagonistas de las realidades artísticas del país. Cada conjunto, claro está, desde sus particulares circunstancias.
Es así como la obra no sólo es el desglose e inventario de sus propios hogares y ajetreadas vidas. Es parte de un perfil muy bien delineado de ansiedades internas, estéticas y formales. Incertidumbres que incluso provienen de la visión urbana en la que se mueven como madres y esposas que administran sus espacios o el modo como perciben el entorno inmediato sin caer en las incidencias obvias de sus correligionarios. En lo técnico, como siempre, saben hacer uso de las herramientas a su disposición. En pocas palabras, son limpias y pulcras en procedimientos y resultados. Sus Xilografías e intaglios del presente lucen, por lo tanto, como productos acabados desde las perspectivas que se esperan para exponer al público.
Las Hecho en Guatemala han pasado su carrera sin gozar del favor de críticas bien fundamentadas. Cuando éstas han aparecido fueron revestidas de aspectos furibundos y a veces, hasta misóginos. Esto porque se enfocan en perfiles periféricos -respecto a su rol diario como mujeres- sin abordar, frontalmente, los elementos que componen las obras que producían. De allí surgió el término que Daniel Schafer subrayó positivamente. “Doñitas que pintan”. Como conjunto adquieren fuerza al encontrar eco desde su mayor fortaleza; el género. Es desde esa visión de amas de casa, profesionales y artistas, que han sabido conjugar una producción honesta matizada en la utilización de conocimientos tradicionales y contemporáneos. En su imaginario estético no hay nada hurtado a los magazines de moda creativa. Ellas son quienes son y desde allí proponen con seguridad y una fuerza inusitada.
Evolución. No se me ocurre una mejor palabra para describir el proceso creativo del colectivo femenino Hecho en Guatemala. Su continua avanzada surge de una plena conciencia de adquirir estructuras formativas, aunadas a un conocimiento pleno de pertenencia de una cultura sincrética, muy particular; la chapina. Como autoras, en constante encuentro de lenguajes, es obvio que poseen influencias externas e internas, de otra manera, no funcionarían como sociedad que intercambia ideas. Al mismo tiempo plantean la resolución de las problemáticas técnicas que se les presentan.
Aciertos y propuestas para sus lenguajes. Entre los maestros más visibles por los que han pasado se encuentran grabadores de primer orden como Anacleto Camey, Moisés Barrios y La Torana. Asociación, esta última, con la que guardan la coincidencia de haberse organizado más o menos al mismo tiempo hacia principios de siglo. Por ello, se les quiera reconocer o no, ambos colectivos son protagonistas de las realidades artísticas del país. Cada conjunto, claro está, desde sus particulares circunstancias.
Es así como la obra no sólo es el desglose e inventario de sus propios hogares y ajetreadas vidas. Es parte de un perfil muy bien delineado de ansiedades internas, estéticas y formales. Incertidumbres que incluso provienen de la visión urbana en la que se mueven como madres y esposas que administran sus espacios o el modo como perciben el entorno inmediato sin caer en las incidencias obvias de sus correligionarios. En lo técnico, como siempre, saben hacer uso de las herramientas a su disposición. En pocas palabras, son limpias y pulcras en procedimientos y resultados. Sus Xilografías e intaglios del presente lucen, por lo tanto, como productos acabados desde las perspectivas que se esperan para exponer al público.
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