“Entre las anécdotas está la vez que Beto Navas le prendió una veladora a la Virgen para que nos ayudara a jalar público y por poco quema el teatro. Eso sí, después de eso la gente no cabía en el teatro.
”O la vez que Cromwell Cuestas, en ‘Camelot’, me pasó haciendo ojo pache mientras lo llevaban cargado frente a mí Guenevere la responsable de su muerte, supuestamente muerto. Tuve que esconder la cara entre las manos para que la carcajada que solté pareciera más bien un sollozo… Podría contar mil cosas sobre Fryda. Una de ellas tiene que ver con Alcira Goicolea, y quisiera referirla porque demuestra el ambiente que existía en nuestro teatro. Fryda y Alcira se llevaban muy bien... En una ocasión, la persona que tocaba el piano en la obra no pudo llegar, por lo que Dick llegó con Alcira para ver si ella no nos hacía el favor de tomar su lugar. A Fryda se le agrandaron los ojos -¿Y Alcira sabe tocar piano, pues?- me preguntó maravillada. ‘Como para que no’, le contesté, orgullosa de mi amiga, ‘Tiene un diploma de pianista que obtuvo en Roma, en la Academia de Santa Cecilia durante los años que su hermano fue embajador de Guatemala en Italia. Además es licenciada en historia. Y habla cuatro idiomas’. A lo que Fryda respondió, con su chispa usual: ‘Pues mire no más, y yo que creía que era tan ignorante como yo…”.
¿Cómo conjugó su papel de empresaria con el de actriz? “Pues sencillamente no lo conjugué. Por presiones de mi familia tuve que abandonar las tablas. No podía seguir haciendo todo lo que hacía en el teatro, ser madre y, además, empresaria. Especialmente porque no tenía la más mínima experiencia en los negocios. Tenía que renunciar a algo. Ciertamente no iban a ser mis hijos, que han sido siempre lo más importante en mi vida. Así que le dije adiós al teatro. Pero la experiencia teatral me ayudó mucho a enfrentarme con un mundo en aquel entonces muy machista y para mí desconocido.”
Y de don Dick Smith ¿qué nos puede contar? “Del actor y director de teatro no puedo decir nada, es el público quien debe dar su opinión. Pero como esposo puedo decir que es uno de los hombres más humanos que he conocido. Es una persona totalmente desinteresada, afable y humilde en lo que concierne. Jamás lo oigo juzgar mal a nadie y contadas veces hablar mal de nadie. No conoce la palabra envidia ni rencor. Sé de gente, no mucha por cierto, que lo ha criticado y le ha hecho daño y nunca le oí decir nada en contra de ellos. En diciembre cumpliremos cincuenta años de matrimonio: en todo ese tiempo nunca lo he visto tomado y, enojado, sí y no un par de veces. Jamás me ha levantado la voz, ni a mí ni a mis hijos. Es tan ecuánime que trata a todo el mundo de la misma manera: muestra la misma cortesía para nuestra empleada que para la persona más encopetada que conocemos. Ve siempre el lado positivo de todo y bromea constantemente; sin embargo de la única persona que se burla es de sí mismo”.
lunes, 10 de noviembre de 2008
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