Ocurrente y con memorias muy precisas, la señora Smith nos presenta un panorama que por lo general se escapa a los registros usuales.
En suma son esos recuerdos, que los documentos no registran, los que conforman el escenario tras bambalinas que crean un imaginario paralelo de los artistas. Anécdotas, accidentes y situaciones, que no solo nos hacen vivir, si no que nos dan el sentimiento de pertenencia al teatro y nuestros amigos. Entre estas memorias está la primera vez que, en un recital de su maestra Ruth Jacobs, le tocó cantar en público…
“… A un cierto punto ella decidió hacer una especie de clausura (…) ante la presencia de familiares y amigos (…) Canté una canción de la obra que íbamos a representar con Dick. Ya de regreso a la casa, mi marido me felicitó. —No cantaste nada mal— me dijo, —pero lo mejor fue la postura que adoptaste para hacerlo, con la mano sobre el piano. Se veía bastante profesional—. Tuve que explicarle la verdad, no podía engañarlo. No era pose la mía, le aseguré. Me tuve que agarrar del piano porque si no me caía de lo mucho que me temblaban las piernas”.
Poco después vino “Mi Bella Dama”, una obra emblemática en los recuerdos de Dialma…
“(…)el actuar en Mi Bella Dama fue un placer inigualable para mí, puesto que sabía que contaba con el apoyo de mis compañeros. Para entonces ya había llegado a amar el teatro. Me fascinaba en todos sus aspectos (…) me dio la oportunidad, no solamente de conocer a fondo las obras de escritores, en algunos casos autores clásicos, sino de traducirlas, así como algunas canciones. Me encantaba diseñar los trajes, buscar telas para realizarlos, tallarlos. Tuve, además, la dicha de trabajar y llegar a conocer a personas encantadoras y, por encima de todo, a un cierto punto, pude cantar de manera espontánea, sin miedos ni complejos, gracias a la seguridad en mí misma que Beto Navas (mi profesor de canto después de que Ruth falleciera), me había infundido. El canto para mí, se había convertido en un nuevo, grande amor.
¿Quiénes fueron sus mejores compañeros?
“A todos los estimé, a cada uno por una razón especial, y por muchos sentí gran cariño. Pero a los que sentí más cerca de mí, fueron Fryda Henry y Beto Navas (…) Terminando de actuar en “Camelot”, me di cuenta de que me encontraba esperando mi cuarto hijo. Nació en marzo siguiente, por medio de una cesárea anunciada. La operación iba a tomar lugar a las 8 de la mañana por lo que ingresé al hospital la noche antes. Cuál no sería mi sorpresa cuando, a las seis pasadas, veo entrar a Fryda a mi cuarto. No me lo podía explicar, no solamente porque sabía que Fryda no era madrugadora, sino porque el hospital era muy estricto con las visitas fuera de hora(...). ¿Qué hizo para que la dejaran entrar? le pregunté. —“Pues dije que era su mamá”— ¿Y cómo se lo creyeron?” volví a preguntar, aún más sorprendida. “Después de todo sólo me lleva cuatro años.” Me dirigió una de sus mejores sonrisas picarescas. —“¿Y para qué soy actriz, pues?”— En esas estábamos cuando llegó una enfermera. —“Fíjense”— nos dijo, bastante agitada, —“que allá afuera tenemos un gran problema. Hay una señora que asegura que es su mamá, y nosotros le hacemos ver que no es posible porque su mamá ya está con usted. Y la señora está furiosa”— Nos vimos obligadas a explicar la situación a los encargados de la puerta, pero el encanto de Fryda logró conquistarlos y le permitieron quedarse con nosotras hasta que me llevaron a la sala de operaciones… (Continúa).
En suma son esos recuerdos, que los documentos no registran, los que conforman el escenario tras bambalinas que crean un imaginario paralelo de los artistas. Anécdotas, accidentes y situaciones, que no solo nos hacen vivir, si no que nos dan el sentimiento de pertenencia al teatro y nuestros amigos. Entre estas memorias está la primera vez que, en un recital de su maestra Ruth Jacobs, le tocó cantar en público…
“… A un cierto punto ella decidió hacer una especie de clausura (…) ante la presencia de familiares y amigos (…) Canté una canción de la obra que íbamos a representar con Dick. Ya de regreso a la casa, mi marido me felicitó. —No cantaste nada mal— me dijo, —pero lo mejor fue la postura que adoptaste para hacerlo, con la mano sobre el piano. Se veía bastante profesional—. Tuve que explicarle la verdad, no podía engañarlo. No era pose la mía, le aseguré. Me tuve que agarrar del piano porque si no me caía de lo mucho que me temblaban las piernas”.
Poco después vino “Mi Bella Dama”, una obra emblemática en los recuerdos de Dialma…
“(…)el actuar en Mi Bella Dama fue un placer inigualable para mí, puesto que sabía que contaba con el apoyo de mis compañeros. Para entonces ya había llegado a amar el teatro. Me fascinaba en todos sus aspectos (…) me dio la oportunidad, no solamente de conocer a fondo las obras de escritores, en algunos casos autores clásicos, sino de traducirlas, así como algunas canciones. Me encantaba diseñar los trajes, buscar telas para realizarlos, tallarlos. Tuve, además, la dicha de trabajar y llegar a conocer a personas encantadoras y, por encima de todo, a un cierto punto, pude cantar de manera espontánea, sin miedos ni complejos, gracias a la seguridad en mí misma que Beto Navas (mi profesor de canto después de que Ruth falleciera), me había infundido. El canto para mí, se había convertido en un nuevo, grande amor.
¿Quiénes fueron sus mejores compañeros?
“A todos los estimé, a cada uno por una razón especial, y por muchos sentí gran cariño. Pero a los que sentí más cerca de mí, fueron Fryda Henry y Beto Navas (…) Terminando de actuar en “Camelot”, me di cuenta de que me encontraba esperando mi cuarto hijo. Nació en marzo siguiente, por medio de una cesárea anunciada. La operación iba a tomar lugar a las 8 de la mañana por lo que ingresé al hospital la noche antes. Cuál no sería mi sorpresa cuando, a las seis pasadas, veo entrar a Fryda a mi cuarto. No me lo podía explicar, no solamente porque sabía que Fryda no era madrugadora, sino porque el hospital era muy estricto con las visitas fuera de hora(...). ¿Qué hizo para que la dejaran entrar? le pregunté. —“Pues dije que era su mamá”— ¿Y cómo se lo creyeron?” volví a preguntar, aún más sorprendida. “Después de todo sólo me lleva cuatro años.” Me dirigió una de sus mejores sonrisas picarescas. —“¿Y para qué soy actriz, pues?”— En esas estábamos cuando llegó una enfermera. —“Fíjense”— nos dijo, bastante agitada, —“que allá afuera tenemos un gran problema. Hay una señora que asegura que es su mamá, y nosotros le hacemos ver que no es posible porque su mamá ya está con usted. Y la señora está furiosa”— Nos vimos obligadas a explicar la situación a los encargados de la puerta, pero el encanto de Fryda logró conquistarlos y le permitieron quedarse con nosotras hasta que me llevaron a la sala de operaciones… (Continúa).
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