lunes, 12 de enero de 2009

Carlos Valenti y su círculo (II)

Hay que ver en la esencia de los documentos en que lo mencionan sus contemporáneos, una solidaridad especial que no se dio, de la misma manera, entre el resto de ellos.
Todos –escritores, pintores, músicos y poetas- respondieron al compromiso de su amistad con Valenti manteniendo vivo el hálito del autor a través de su obra y el recuerdo del amigo perdido en una exaltación permanente ¿Fue Valenti un soñador atrapado en un círculo de soñadores? Lo más seguro es que sí. Ese atributo es el que captó el escritor Eduardo Halfon en su novela Esto no es una pipa de la casa, Alfaguara, y que se refleja en la obra de teatro que pronto estará en escena.
Un punto de encuentro con sus tendencias creativas lo proporciona su relación de alumno con el escultor Santiago González, hacia 1904. Valenti recibía clases de dibujo y pintura en las salas del desaparecido convento de San Francisco a la par de varios educandos que, más adelante, se convertirían en la primera generación artística del siglo XX. González, a su vez, trabajaba para la casa contratista de Antonio Doninelli y entre sus trabajos más significativos se encontraban la realización de tímpano neoclásico del Monumento a Minerva y las decoraciones estilo Art Noveau de la balaustrada del Mapa en Relieve. Además de poseer la fama de haber sido ayudante de Rodín, tenía prestigio como buen dibujante. Sus discípulos registraron, todos, ese mismo nivel.
Como parte de la formación, los artistas iban a pintar a espacios abiertos como el Potrero de Corona o el Cerrito del Carmen, entre otros. Hay suficientes evidencias entre las obras de Hernán Martínez-Sobral, Rafael Rodríguez Padilla, Carlos Valenti y Agustín Iriarte, que permiten traslapar similitudes, diferencias e inclusive aportes de cada uno a la pintura de paisaje. Para aquellas fechas Valenti contaba con alrededor de quince años de vida. Uno de sus amigos cercanos, Agustín Iriarte, veintiocho. Por esa diferencia de edades y por ya ser en aquel momento Iriarte un artista con reputación de tal, habrá que ver en éste a una influencia decisiva tanto para Valenti como para sus condiscípulos.
Era aquella generación a la que pertenecía Valenti sensible y bien dispuesta al arte. Curioso, porque el ambiente guatemalteco no era el mejor para desarrollarse en ese campo profesional. Si bien todavía había encargos por parte del gobierno y de algunos particulares, el interés que el oficialismo precedente había logrado insuflar, decayó notoriamente con las políticas conservadoras del presidente Manuel Estrada Cabrera. La obra de aquellos años reflejaba, entonces, diversidad de intereses relacionados con la tradición artística y en contados casos como el de Carlos Valenti o el de José Cayetano Morales, Moncrayón (mucho mayor que él), ligeras variantes respecto al trazo y la utilización del color.
El paisaje, que venía practicándose desde el siglo XIX, se independizó temáticamente de las ruinas arqueológicas y el registro de ciudades como Antigua Guatemala, para dar lugar a los espacios abiertos que circundaban la ciudad capital, Amatitlán, San Lucas Sacatepéquez e incluso, otras localidades aledañas…

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