lunes, 27 de abril de 2009

Elena Paz y Paz

Desde el pasado miércoles se exhibe -en la galería “Lucía Gómez, Arte Contemporáneo”- la retrospectiva de la artista Elena Paz y Paz.
La colección reúne múltiples piezas entre esmaltes, esculturas, pinturas y collages. Técnica, la primera, que domina sobre toda la muestra y que marca de especial manera la trayectoria de la activa autora.
Entre el anecdotario de una larga vida llena de compensaciones hay una historia que me llamó especialmente la atención ya que perfila su temple. Cuando terminó la formación como maestra de educación primaria no podía ingresar a la universidad porque se necesitaba el título de bachiller y éste no estaba disponible para señoritas. Por lo mismo se matriculó, no imagino cómo lo logró, en el Instituto Nacional Central Para Varones junto con otras dos jovencitas. En la San Carlos obtuvo, por supuesto, la Licenciatura en Pedagogía.
Elena Paz y Paz empezó su tránsito por las artes, precozmente, en la Escuela Nacional de Artes Plásticas. Más adelante, en la década del cincuenta, exploró las bondades del óleo al estudiar y representar el trabajo de grandes maestros de la pintura universal. Poco después, trabajó la escultura y se adentró en temas eminentemente estéticos que tomaron como base la figura humana y algunos de los elementos que la componen. De este lapso surgen dos monumentos públicos. El de Belarmino Molina, desaparecido tras el terremoto de 1976 y que se localizaba en el parque central del Municipio de San Juan Sacatepéquez y el otro, una madre con su niño frente al edificio de Maternidad del Hospital Rooselvelt en la zona 11.
Las inquietudes y la necesidad de seguir explorando la llevaron al artista chileno Eduardo Gaya. En aquel lapso, 1962-1967, compartió inquietudes de formación a la par de artistas guatemaltecos como González Goyri (Roberto), Garavito y Ochaeta. Estuvo con ella otra personalidad hoy olvidada de la técnica, quien también desarrolló hasta las últimas consecuencias el esmalte: Marta Duran de Schwank.
El Batik y la Joyería llegaron en los años setenta cuando radicó en la ciudad de Kansas (USA). Conocimiento, este último, que la llevaría a proponer obras mixtas que le darían un carácter personalista a su producción la cual llegó a incluir trabajos con plata a la cera perdida. De aquella época hay, inclusive, objetos de carácter utilitario como cofres, espejos así como diversidad de collages. En plena producción le tocó enfrentar el secuestro y posterior recuperación de su esposo. Con él partió temporalmente a Belice y allí, debido a las limitadas posibilidades de conseguir materiales para hacer esmaltes, retoma el pincel para adentrase en la pintura de paisaje y en una serie de retratos familiares cargados de la nostalgia íntima y dolorosa proporcionada por el exilio y la forzada separación de los suyos.
Su exposición es, entonces, el resumen de una vida diversa y bien fundamentada. El guión museográfico permite ver encuentros, aciertos y propuestas sintetizadas desde la perspectiva de una artista en constante evolución. En su producción se pueden apreciar un perfil de síntesis y de color específicos y por ende, muy propios.

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