lunes, 14 de septiembre de 2009

El Sueño de los Justos

Gracias al trabajo que capitaneó Silvia Herrera U., la biografía de Delfina Luna, volví los ojos al siglo XIX con mucha más curiosidad.
Esta etapa es singular y si hay un lapso para explorar a fondo es ese período en que Guatemala era un incipiente país independiente y sus ciudadanos completamente púberes respecto al manejo de la nación —bueno, hay cosas que no cambian ni con el tiempo—.
El teatro me llevó a los textos que se han podido rescatar de Vicenta La Parra y allí, bajo la compañía de la fundación que tiene su nombre, localicé creaciones que vale la pena llevar a los escenarios.
La energía me llevó a una librería y allí, como quien dice nada, un libro me encontró a mí ¿Cómo es eso? Muy sencillo, estaba buscando un diccionario específico y en lugar de comprarlo, adquirí una novela: el sueño de los justos de Francisco Pérez de Antón y con el libro un ficción histórica de calidad indiscutible.
Si ya nadie se acuerda de la importancia de la Revolución de 1920, traten de preguntar a un maestro de… ¿unos 30 años? por la de 1871. Bueno, pues el marco es aquella sublevación y sus protagonistas hombres y mujeres que lucharon por cambiar Guatemala de los cánones conservadores que la gobernaban. De la mano de lo histórico, durante el desarrollo de la trama, Pérez de Antón me situó en escenarios en que se movían las dos damas mencionadas y a otras reflexiones que compartiré en otro momento. De ellas sí mencionaré el Teatro Carrera —que por aquella época se llamó nacional y más adelante el Teatro Colón— que tuvo suma importancia dentro del desarrollo cultural de la clase media guatemalteca. Aquella estancia brillaba ya que los ciudadanos, además de buscar esparcimiento, se educaban y apreciaban compañías extranjeras que traían noticias del resto del mundo. Universo que, dicho sea de paso, estaba bien lejos. Si no tiene idea de cómo se llegaba a Guatemala en el último cuarto del siglo XIX, hay un diario que se puede localizar en CIRMA, escrito por Carolina Salvin. Guatemala estaba en la cola del mundo.
A la par de anécdotas e información valiosa, los políticos y su brazo ejecutor (el Ejército) condujeron al país a lo que parecía una promesa bajo el gobierno de Miguel García Granados y un infierno bajo el mando de Justo Rufino Barrios. Testigo, sin saberlo, de una historia paralela de amor, nobleza, valentía y otras cosas que no tienen que ver con lo humano. Hay que recordarse que si algún personaje debe ser cuestionado por la historia es este. Los contrastes en su gobierno son tantos que, incluso, las causas de su muerte “en batalla” pueden ser comprensibles.
No quiero decir más de la trama. El documento fluye y transcurre con una pasión que atrapa. Cumple con un cometido formador, que no cae en la trampa de lo académico y sí retrata una Guatemala añeja que hoy ya solo existe en fragmentos. Desde la perspectiva que se le quiera ver: la aventura, el hidalguismo, lo histórico, lo romántico, el libro es una fuente de inspiración.

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