La noche del sábado 14 de noviembre la pasé, literalmente, en el Cementerio General.
El caso es que fui invitado, junto a varias personalidades de la cultura nacional, a participar en un programa para ayudar a registrar energías de ultratumba. Los invitados fueron la diputada Anabella De León, el músico Bladimir Gaitán, los actores Vanessa Oliva, Douglas Vásquez y Enrique Cano. Todos, incluyéndome, con una disponibilidad absoluta para seguir las instrucciones que Carlos Javier Buisay y Carlos Portillo nos indicaran para alcanzar el objetivo.
Para tranquilidad de todos los participantes, los productores del programa no aplicaron ningún procedimiento para convocar lo que yo entiendo fuerzas energéticas perdidas en el espacio interterrenal. Nuestro papel fue expectante y por ende, lo más respetuoso posible para los que como en mi caso tenemos seres queridos reposando en aquel camposanto. De hecho teníamos más aprensión por los vivos, ya que el Cementerio General de Guatemala está en la lista de las zonas rojas del país. Me ocuparé unos párrafos más delante de nuestra visita y de los hallazgos alcanzados.
En una investigación superficial por la Internet encontré que la Iglesia Católica no cree en fantasmas porque no admite la existencia del limbo. El sitio que visité indica que la institución “considera perjudicial, dañoso, autodestructivo y pecaminoso el uso de la necromancia, la Ouija, el Tarot y de cualquier ceremonia o procedimiento no religioso con el cual se obtenga comunicación con la otra vida”. Una contradicción porque si no se cree en algo, no se puede prohibir que la gente pierda el tiempo tratando de comunicarse con la nada o lo que no existe. Fortalece la idea de que puede haber algo más allá cuando se piensa que muchas corrientes religiosas del siglo XXI aún aplican exorcismos y rituales específicos en contra de los ¿malos espíritus? En la otra esquina se encuentran algunos “teólogos” que indican la existencia de un “limbo al que van las almas, criaturas, seres no humanos y ángeles indecisos, que no son ni buenos ni malos ni se han puesto de parte de nadie, esperando el lugar que Dios les dará cuando ocurra el juicio final”. Si a mí se me apareciera un ángel, indeciso o no, no habría poder humano (ni celestial) que me convenciera que este no era un fantasma.
Para darle un poco de romanticismo al asunto y material a los retóricos, busqué algo sobre los fantasmas y me encontré una sección de celebridades como la mujer de blanco, en España, o la Llorona, en la América de habla hispana. El inciso marcaba que “el carácter huidizo de estos fenómenos parece indicar que los fantasmas tienen más miedo de las personas que algunas personas de los fantasmas”. Aún así y como anécdota en el caso de nuestras apariciones locales, el Sombrerón, la Siguanaba, el Duende o el Cadejo están protegidas como patrimonio intangible de la Nación. Otro punto que podría, en las mentalidades más conservadoras, provocar acaloradas discusiones en contra y a favor de la ley... (Continuará).
lunes, 23 de noviembre de 2009
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