Siempre he pensado que cuando un artista se muere hay algo de mágico en su desaparición física.
La parte humana se desprende para dar paso a un plano metafísico que el resto de los mortales no podemos apreciar. Eduardo falleció de una enfermedad relativamente corta y cuyo pronóstico no era, al menos en este momento, ese desenlace fatal. De haber sido así, me imagino, los personeros del IGSS no lo hubieran mandado a su casa de vuelta. Menos si el paciente lucía, a ojos vista, muy debilitado y en franco deterioro físico y mental.
La mañana del domingo 7 de febrero, en el cementerio de la Antigua Guatemala, un centenar de dolientes despedíamos los restos del malogrado músico. Algo de magia envolvió el acto… los árboles mecieron sus ramas al viento y las flores de las jacarandas pintaron de colores el espíritu de tristeza general. Mientras tanto la campana de la iglesia de San Lázaro tañía lastimera y la carroza fúnebre seguida del cortejo, avanzaba por la avenida de la ciudad de los muertos, rodeada de casas blancas. Eduardo, dijo uno de los oferentes, hizo de Guatemala su nación. Es cierto este hombre nació en Honduras pero ¿quién de los chapines se acordaba ya de aquel detalle?
Con su violonchelo Eduardo Rosales sustituyó a uno de nuestros grandes músicos, Paulo Alvarado, en múltiples ocasiones. Espiritualmente, por lo tanto, fue el quinto mosquetero del Cuarteto Contemporáneo. A ello se le suman cargos y múltiples trabajos que van más allá de los teatros nacionales, recitales y actividades relacionadas al arte. Fue además un psicólogo clínico que entre otras entidades desarrolló lo mejor de sus capacidades académicas en el Ministerio Público de Guatemala.
Dos ángeles guardianes velaron por él en sus últimos días. Rae y Jon Leeth, amigos incondicionales que le prestaron lo mejor de sus fuerzas y vivieron impotentes la experiencia de ver apagarse su luz. Uno a uno cada ponente que expresó sus palabras de dolor frente al nicho donde hoy reposa, mencionó a los Leeth con admiración y agradecimiento. No puedo hacer menos ya que presencié la entereza y el amor con la que ambos emprendieron esta misión. Hay que recordar que la familia que también lo amaba estaba lejos, en Honduras.
A veces esta misión de registro se hace con gusto. Un artista se muere y a mí me toca dejar nota de su trayectoria. Sin embargo en esta ocasión la gestión toma otra dimensión ya que las circunstancias en que se da esta muerte no podrían ser las más inapropiadas. Se trata de un amigo joven que tenía mucho por dar. Pienso en qué le pasa a la gente que se va y que, a diferencia de Eduardo, pasan a otra dimensión en el total olvido y sin ningún recurso y sin trascendencia. De no ser por los Leeth, la generosidad de otros amigos, Eduardo hubiera fallecido sólo y olvidado. A cambio tuvo la compañía y solidaridad de quienes lo amaron. Descansa en paz Eduardo, descansa en paz.
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1 comentario:
Eduardo fué una gran persona y un gran músico. Hoy me enteré que ya no está con nosotros... lo extrañaremos muchisimo.
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