Murió Oswaldo Cercado… un hombre de pinturas y vinos. De espíritu colorido y festivo. Cálido, ameno y amante de Guatemala, tierra que supo hacer suya, honrarla y que respetó a través de lo pictórico.
Simpático, anecdótico, este creador supo dedicar espacio a la docencia mientras narraba historias que hacían correr los minutos y que, en lo personal, me hacen recordarlo con nostalgia.
Su formación la realizó en la Escuela de Bellas Artes de Guayaquil, entre 1957 y 1964. Cuatro años después expuso colectivamente en la Universidad de San Carlos, la Casa de la Cultura de Quetzaltenango, el salón de la Asociación de Periodistas y desde 1973, en la galería de arte El Túnel (entre otros salones oficiales, particulares o propios).
Su primera muestra personal en este país la realizó en la sala Enrique Acuña Orantes de la Escuela Nacional de Artes Plásticas. Poco antes de que se le otorgara aquel privilegio, le tocó demostrar sus habilidades al pasar por una prueba de fuego con varios y respetables artistas académicos. El reto le llegó porque estos autores le hicieron ver que dudaban de sus capacidades para realizar un paisaje bajo las reglas formales correspondientes a este tipo de expresión. Ya en la montaña, todos eligieron un punto de vista desde el que pudieran guardar la privacidad de su trabajo… comenzaron a desempacar los bártulos y a prepararse para hacer el boceto inicial y fijarlo, como se requería para luego aplicar color. En esas estaban cuando Cercado dijo que había terminado. A los otros no les quedó más remedio que volver a guardar sus materiales y reconocer que los había dejado gratamente impresionados.
Las interpretaciones que Cercado desarrolló respecto del paisaje guatemalteco no pueden calificarse como una evolución de la corriente. Fueron un aporte debido a que él propuso otros cánones de luz. A esa visión personal de la campiña ecuatoriana, se sumaron valores tonales –indígenas- desglosados de las peculiaridades regionales del altiplano chapín y sus sinuosas montañas. A ese paisaje académico opuso lo que él llamó su trabajo “de línea personal”. Se trataba de producciones cuya luz contrastante avasallaba por los colores intensos que irradiaba. En el caso de los nocturnos antigüeños, se apropió de matices que llegó a hacer suyos y que otros autores no han podido recrear.
Como retratista fue fiel y certero tanto en facciones como en las particularidades de quien posó para él. También rememoró fisionomías de personajes históricos como el Hermano Pedro, exhibido en el museo del mismo nombre en San Francisco El Grande y los retratos de Don Pedro de Alvarado y Beatriz de la Cueva, en el Hotel Antigua, entre otros muchos. Es quizás, en este ejercicio donde más alardeó de sus capacidades. Brochazos rápidos y tonos sobrepuestos sumaban volúmenes que substituían transparencias.
Dejo esta memoria para recordar que hay artistas, artistas y artistas –o sea, creadores de diferente índole- que merecen ser registrados para el futuro y reconocidos en vida por sus méritos. Descanse en paz maestro Cercado.
lunes, 24 de noviembre de 2008
lunes, 17 de noviembre de 2008
SALÓN NACIONAL DE LAS ARTES VISUALES
Se podría pensar que esta sala existe -o ha existido- a lo largo de la historia reciente de las artes de Guatemala.
La idea de la misma o su conformación y la dimensión que debería tener, de ser una realidad, surgió como parte de los “conversatorios” organizados recientemente en el Palacio Nacional de la Cultura. Ejercicio que, aunque repetitivo por ciclos, sirve para hacer visibles las deficiencias oficialistas en materia artística, arrastradas desde 1821.
Variedad de temas fueron los que se abordaron. Por lo mismo, los registros de las reuniones son valioso material para analizar lo que distintos especialistas opinan respecto de temáticas de carácter histórico o de actualidad. Entre ellos se mencionó el de una galería nacional para el rescate del patrimonio reciente de los guatemaltecos. El tema se trató el 12 de noviembre.
A partir del respiro revolucionario de 1944, hubo nuevas iniciativas tocantes al desarrollo de las artes. Para aquel entonces, algunas salas hacían la función de galerías nacionales y en ellas se exhibían los trabajos de artistas emergentes y consolidados. Las dos más importantes fueron la Enrique Acuña Orantes (ENAP) y otra que operaba en un salón de la Oficina de Turismo. Una con recursos otorgados por los esfuerzos de los pintores y la otra, organizada a la brava. En el presente podrían incluirse, además de las citadas, la del Kilómetro Cero (Palacio Nacional), el activo Museo Nacional de Arte Moderno y la galería del Banco de Guatemala. Esta última, la única que cuenta, además de los recursos físicos, con un presupuesto que honra a quien expone en sus instalaciones.
¿Galería nacional? ¿Para qué? Una de las respuestas gira en torno al rescate, preservación y difusión del legado de más de 700 piezas que se custodian en las bodegas del Palacio Nacional, tildado románticamente, de la Cultura. Artículos que, según la persona que las catalogó (para que no sigan caminando hacia derroteros desconocidos), están en grave peligro debido a plagas y la ausencia absoluta de recursos para su preservación. A ello hay que sumar que las obras de arte están sujetas a los usos de un edificio que, por ser histórico, se convierte en un quebradero de cabeza para hacer guiones museográficos activos.
No se trata de no hacer nada. Esto es algo que dejó muy claro la intención de los organizadores del evento. Hay mucho trabajo por delante y para ello hay que abordar directamente algunos temas respecto de la función principal de tan esperado establecimiento. La voluntad de crear una política cultural eficaz y no entender esta sala como una bandera social para lucir trajes, joyas y hacer política (como siempre ha sido), es una de ellas. A partir de allí hay que caminar hacia la idea de hacer un edificio específico o comprometerse a que el existente funcione como tal y se prepare adecuadamente para las necesidades que corresponden a una institución tan específica… (Continúa).
La idea de la misma o su conformación y la dimensión que debería tener, de ser una realidad, surgió como parte de los “conversatorios” organizados recientemente en el Palacio Nacional de la Cultura. Ejercicio que, aunque repetitivo por ciclos, sirve para hacer visibles las deficiencias oficialistas en materia artística, arrastradas desde 1821.
Variedad de temas fueron los que se abordaron. Por lo mismo, los registros de las reuniones son valioso material para analizar lo que distintos especialistas opinan respecto de temáticas de carácter histórico o de actualidad. Entre ellos se mencionó el de una galería nacional para el rescate del patrimonio reciente de los guatemaltecos. El tema se trató el 12 de noviembre.
A partir del respiro revolucionario de 1944, hubo nuevas iniciativas tocantes al desarrollo de las artes. Para aquel entonces, algunas salas hacían la función de galerías nacionales y en ellas se exhibían los trabajos de artistas emergentes y consolidados. Las dos más importantes fueron la Enrique Acuña Orantes (ENAP) y otra que operaba en un salón de la Oficina de Turismo. Una con recursos otorgados por los esfuerzos de los pintores y la otra, organizada a la brava. En el presente podrían incluirse, además de las citadas, la del Kilómetro Cero (Palacio Nacional), el activo Museo Nacional de Arte Moderno y la galería del Banco de Guatemala. Esta última, la única que cuenta, además de los recursos físicos, con un presupuesto que honra a quien expone en sus instalaciones.
¿Galería nacional? ¿Para qué? Una de las respuestas gira en torno al rescate, preservación y difusión del legado de más de 700 piezas que se custodian en las bodegas del Palacio Nacional, tildado románticamente, de la Cultura. Artículos que, según la persona que las catalogó (para que no sigan caminando hacia derroteros desconocidos), están en grave peligro debido a plagas y la ausencia absoluta de recursos para su preservación. A ello hay que sumar que las obras de arte están sujetas a los usos de un edificio que, por ser histórico, se convierte en un quebradero de cabeza para hacer guiones museográficos activos.
No se trata de no hacer nada. Esto es algo que dejó muy claro la intención de los organizadores del evento. Hay mucho trabajo por delante y para ello hay que abordar directamente algunos temas respecto de la función principal de tan esperado establecimiento. La voluntad de crear una política cultural eficaz y no entender esta sala como una bandera social para lucir trajes, joyas y hacer política (como siempre ha sido), es una de ellas. A partir de allí hay que caminar hacia la idea de hacer un edificio específico o comprometerse a que el existente funcione como tal y se prepare adecuadamente para las necesidades que corresponden a una institución tan específica… (Continúa).
lunes, 10 de noviembre de 2008
Dialma Smith (Final)
“Entre las anécdotas está la vez que Beto Navas le prendió una veladora a la Virgen para que nos ayudara a jalar público y por poco quema el teatro. Eso sí, después de eso la gente no cabía en el teatro.
”O la vez que Cromwell Cuestas, en ‘Camelot’, me pasó haciendo ojo pache mientras lo llevaban cargado frente a mí Guenevere la responsable de su muerte, supuestamente muerto. Tuve que esconder la cara entre las manos para que la carcajada que solté pareciera más bien un sollozo… Podría contar mil cosas sobre Fryda. Una de ellas tiene que ver con Alcira Goicolea, y quisiera referirla porque demuestra el ambiente que existía en nuestro teatro. Fryda y Alcira se llevaban muy bien... En una ocasión, la persona que tocaba el piano en la obra no pudo llegar, por lo que Dick llegó con Alcira para ver si ella no nos hacía el favor de tomar su lugar. A Fryda se le agrandaron los ojos -¿Y Alcira sabe tocar piano, pues?- me preguntó maravillada. ‘Como para que no’, le contesté, orgullosa de mi amiga, ‘Tiene un diploma de pianista que obtuvo en Roma, en la Academia de Santa Cecilia durante los años que su hermano fue embajador de Guatemala en Italia. Además es licenciada en historia. Y habla cuatro idiomas’. A lo que Fryda respondió, con su chispa usual: ‘Pues mire no más, y yo que creía que era tan ignorante como yo…”.
¿Cómo conjugó su papel de empresaria con el de actriz? “Pues sencillamente no lo conjugué. Por presiones de mi familia tuve que abandonar las tablas. No podía seguir haciendo todo lo que hacía en el teatro, ser madre y, además, empresaria. Especialmente porque no tenía la más mínima experiencia en los negocios. Tenía que renunciar a algo. Ciertamente no iban a ser mis hijos, que han sido siempre lo más importante en mi vida. Así que le dije adiós al teatro. Pero la experiencia teatral me ayudó mucho a enfrentarme con un mundo en aquel entonces muy machista y para mí desconocido.”
Y de don Dick Smith ¿qué nos puede contar? “Del actor y director de teatro no puedo decir nada, es el público quien debe dar su opinión. Pero como esposo puedo decir que es uno de los hombres más humanos que he conocido. Es una persona totalmente desinteresada, afable y humilde en lo que concierne. Jamás lo oigo juzgar mal a nadie y contadas veces hablar mal de nadie. No conoce la palabra envidia ni rencor. Sé de gente, no mucha por cierto, que lo ha criticado y le ha hecho daño y nunca le oí decir nada en contra de ellos. En diciembre cumpliremos cincuenta años de matrimonio: en todo ese tiempo nunca lo he visto tomado y, enojado, sí y no un par de veces. Jamás me ha levantado la voz, ni a mí ni a mis hijos. Es tan ecuánime que trata a todo el mundo de la misma manera: muestra la misma cortesía para nuestra empleada que para la persona más encopetada que conocemos. Ve siempre el lado positivo de todo y bromea constantemente; sin embargo de la única persona que se burla es de sí mismo”.
”O la vez que Cromwell Cuestas, en ‘Camelot’, me pasó haciendo ojo pache mientras lo llevaban cargado frente a mí Guenevere la responsable de su muerte, supuestamente muerto. Tuve que esconder la cara entre las manos para que la carcajada que solté pareciera más bien un sollozo… Podría contar mil cosas sobre Fryda. Una de ellas tiene que ver con Alcira Goicolea, y quisiera referirla porque demuestra el ambiente que existía en nuestro teatro. Fryda y Alcira se llevaban muy bien... En una ocasión, la persona que tocaba el piano en la obra no pudo llegar, por lo que Dick llegó con Alcira para ver si ella no nos hacía el favor de tomar su lugar. A Fryda se le agrandaron los ojos -¿Y Alcira sabe tocar piano, pues?- me preguntó maravillada. ‘Como para que no’, le contesté, orgullosa de mi amiga, ‘Tiene un diploma de pianista que obtuvo en Roma, en la Academia de Santa Cecilia durante los años que su hermano fue embajador de Guatemala en Italia. Además es licenciada en historia. Y habla cuatro idiomas’. A lo que Fryda respondió, con su chispa usual: ‘Pues mire no más, y yo que creía que era tan ignorante como yo…”.
¿Cómo conjugó su papel de empresaria con el de actriz? “Pues sencillamente no lo conjugué. Por presiones de mi familia tuve que abandonar las tablas. No podía seguir haciendo todo lo que hacía en el teatro, ser madre y, además, empresaria. Especialmente porque no tenía la más mínima experiencia en los negocios. Tenía que renunciar a algo. Ciertamente no iban a ser mis hijos, que han sido siempre lo más importante en mi vida. Así que le dije adiós al teatro. Pero la experiencia teatral me ayudó mucho a enfrentarme con un mundo en aquel entonces muy machista y para mí desconocido.”
Y de don Dick Smith ¿qué nos puede contar? “Del actor y director de teatro no puedo decir nada, es el público quien debe dar su opinión. Pero como esposo puedo decir que es uno de los hombres más humanos que he conocido. Es una persona totalmente desinteresada, afable y humilde en lo que concierne. Jamás lo oigo juzgar mal a nadie y contadas veces hablar mal de nadie. No conoce la palabra envidia ni rencor. Sé de gente, no mucha por cierto, que lo ha criticado y le ha hecho daño y nunca le oí decir nada en contra de ellos. En diciembre cumpliremos cincuenta años de matrimonio: en todo ese tiempo nunca lo he visto tomado y, enojado, sí y no un par de veces. Jamás me ha levantado la voz, ni a mí ni a mis hijos. Es tan ecuánime que trata a todo el mundo de la misma manera: muestra la misma cortesía para nuestra empleada que para la persona más encopetada que conocemos. Ve siempre el lado positivo de todo y bromea constantemente; sin embargo de la única persona que se burla es de sí mismo”.
lunes, 3 de noviembre de 2008
Dialma Smith
Ocurrente y con memorias muy precisas, la señora Smith nos presenta un panorama que por lo general se escapa a los registros usuales.
En suma son esos recuerdos, que los documentos no registran, los que conforman el escenario tras bambalinas que crean un imaginario paralelo de los artistas. Anécdotas, accidentes y situaciones, que no solo nos hacen vivir, si no que nos dan el sentimiento de pertenencia al teatro y nuestros amigos. Entre estas memorias está la primera vez que, en un recital de su maestra Ruth Jacobs, le tocó cantar en público…
“… A un cierto punto ella decidió hacer una especie de clausura (…) ante la presencia de familiares y amigos (…) Canté una canción de la obra que íbamos a representar con Dick. Ya de regreso a la casa, mi marido me felicitó. —No cantaste nada mal— me dijo, —pero lo mejor fue la postura que adoptaste para hacerlo, con la mano sobre el piano. Se veía bastante profesional—. Tuve que explicarle la verdad, no podía engañarlo. No era pose la mía, le aseguré. Me tuve que agarrar del piano porque si no me caía de lo mucho que me temblaban las piernas”.
Poco después vino “Mi Bella Dama”, una obra emblemática en los recuerdos de Dialma…
“(…)el actuar en Mi Bella Dama fue un placer inigualable para mí, puesto que sabía que contaba con el apoyo de mis compañeros. Para entonces ya había llegado a amar el teatro. Me fascinaba en todos sus aspectos (…) me dio la oportunidad, no solamente de conocer a fondo las obras de escritores, en algunos casos autores clásicos, sino de traducirlas, así como algunas canciones. Me encantaba diseñar los trajes, buscar telas para realizarlos, tallarlos. Tuve, además, la dicha de trabajar y llegar a conocer a personas encantadoras y, por encima de todo, a un cierto punto, pude cantar de manera espontánea, sin miedos ni complejos, gracias a la seguridad en mí misma que Beto Navas (mi profesor de canto después de que Ruth falleciera), me había infundido. El canto para mí, se había convertido en un nuevo, grande amor.
¿Quiénes fueron sus mejores compañeros?
“A todos los estimé, a cada uno por una razón especial, y por muchos sentí gran cariño. Pero a los que sentí más cerca de mí, fueron Fryda Henry y Beto Navas (…) Terminando de actuar en “Camelot”, me di cuenta de que me encontraba esperando mi cuarto hijo. Nació en marzo siguiente, por medio de una cesárea anunciada. La operación iba a tomar lugar a las 8 de la mañana por lo que ingresé al hospital la noche antes. Cuál no sería mi sorpresa cuando, a las seis pasadas, veo entrar a Fryda a mi cuarto. No me lo podía explicar, no solamente porque sabía que Fryda no era madrugadora, sino porque el hospital era muy estricto con las visitas fuera de hora(...). ¿Qué hizo para que la dejaran entrar? le pregunté. —“Pues dije que era su mamá”— ¿Y cómo se lo creyeron?” volví a preguntar, aún más sorprendida. “Después de todo sólo me lleva cuatro años.” Me dirigió una de sus mejores sonrisas picarescas. —“¿Y para qué soy actriz, pues?”— En esas estábamos cuando llegó una enfermera. —“Fíjense”— nos dijo, bastante agitada, —“que allá afuera tenemos un gran problema. Hay una señora que asegura que es su mamá, y nosotros le hacemos ver que no es posible porque su mamá ya está con usted. Y la señora está furiosa”— Nos vimos obligadas a explicar la situación a los encargados de la puerta, pero el encanto de Fryda logró conquistarlos y le permitieron quedarse con nosotras hasta que me llevaron a la sala de operaciones… (Continúa).
En suma son esos recuerdos, que los documentos no registran, los que conforman el escenario tras bambalinas que crean un imaginario paralelo de los artistas. Anécdotas, accidentes y situaciones, que no solo nos hacen vivir, si no que nos dan el sentimiento de pertenencia al teatro y nuestros amigos. Entre estas memorias está la primera vez que, en un recital de su maestra Ruth Jacobs, le tocó cantar en público…
“… A un cierto punto ella decidió hacer una especie de clausura (…) ante la presencia de familiares y amigos (…) Canté una canción de la obra que íbamos a representar con Dick. Ya de regreso a la casa, mi marido me felicitó. —No cantaste nada mal— me dijo, —pero lo mejor fue la postura que adoptaste para hacerlo, con la mano sobre el piano. Se veía bastante profesional—. Tuve que explicarle la verdad, no podía engañarlo. No era pose la mía, le aseguré. Me tuve que agarrar del piano porque si no me caía de lo mucho que me temblaban las piernas”.
Poco después vino “Mi Bella Dama”, una obra emblemática en los recuerdos de Dialma…
“(…)el actuar en Mi Bella Dama fue un placer inigualable para mí, puesto que sabía que contaba con el apoyo de mis compañeros. Para entonces ya había llegado a amar el teatro. Me fascinaba en todos sus aspectos (…) me dio la oportunidad, no solamente de conocer a fondo las obras de escritores, en algunos casos autores clásicos, sino de traducirlas, así como algunas canciones. Me encantaba diseñar los trajes, buscar telas para realizarlos, tallarlos. Tuve, además, la dicha de trabajar y llegar a conocer a personas encantadoras y, por encima de todo, a un cierto punto, pude cantar de manera espontánea, sin miedos ni complejos, gracias a la seguridad en mí misma que Beto Navas (mi profesor de canto después de que Ruth falleciera), me había infundido. El canto para mí, se había convertido en un nuevo, grande amor.
¿Quiénes fueron sus mejores compañeros?
“A todos los estimé, a cada uno por una razón especial, y por muchos sentí gran cariño. Pero a los que sentí más cerca de mí, fueron Fryda Henry y Beto Navas (…) Terminando de actuar en “Camelot”, me di cuenta de que me encontraba esperando mi cuarto hijo. Nació en marzo siguiente, por medio de una cesárea anunciada. La operación iba a tomar lugar a las 8 de la mañana por lo que ingresé al hospital la noche antes. Cuál no sería mi sorpresa cuando, a las seis pasadas, veo entrar a Fryda a mi cuarto. No me lo podía explicar, no solamente porque sabía que Fryda no era madrugadora, sino porque el hospital era muy estricto con las visitas fuera de hora(...). ¿Qué hizo para que la dejaran entrar? le pregunté. —“Pues dije que era su mamá”— ¿Y cómo se lo creyeron?” volví a preguntar, aún más sorprendida. “Después de todo sólo me lleva cuatro años.” Me dirigió una de sus mejores sonrisas picarescas. —“¿Y para qué soy actriz, pues?”— En esas estábamos cuando llegó una enfermera. —“Fíjense”— nos dijo, bastante agitada, —“que allá afuera tenemos un gran problema. Hay una señora que asegura que es su mamá, y nosotros le hacemos ver que no es posible porque su mamá ya está con usted. Y la señora está furiosa”— Nos vimos obligadas a explicar la situación a los encargados de la puerta, pero el encanto de Fryda logró conquistarlos y le permitieron quedarse con nosotras hasta que me llevaron a la sala de operaciones… (Continúa).
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