Llama mucho la atención encontrar espacios contemporáneos que muestren paisaje como una opción dentro de las artes visuales.
Recientemente, el IGA presentó una exhibición con obras del último paisajista vivo de la vieja escuela de Guatemala, Luis Álvarez. Homenaje que se sumó a una serie de actividades que la Fundación G&T Continental realizara en distintos espacios, a finales del año pasado.
La escuela del paisaje guatemalteco es muy rica y variada. En general tomó un camino independiente a partir de la Revolución de Octubre de 1944, cuando un grupo de artistas propuso, desde otras perspectivas más en boga, nuevas formas de expresión. Sin embargo, los artistas no se amilanaron ni mucho menos se plegaron a las nuevas corrientes. De este modo siguieron aportando nuevos elementos al academicismo regional y al costumbrismo local. En paralelo se fortalecía una corriente que en un inicio se conoció como primitivista y que hoy se define como la pintura popular guatemalteca.
A finales del siglo pasado, tanto las subastas como las galerías de arte que se preciaran de contemporáneas desterraron de sus espacios a los paisajistas. Salvo Luis Álvarez, Héctor Sitán o los Mazariegos (padre e hijo), era difícil encontrar trabajos que no fueran de coleccionistas particulares: Garavito, Tejeda Fonseca, Alfredo Gálvez Suárez, los más populares (y los dos primeros, los más falsificados en la historia del arte nacional). Sin embargo, 15 años después empiezan a reaparecer pinacotecas por demás interesantes: Carlos Rigalt, Salvador Saravia, Antonia Matos y Jaime Arimany, entre otros, y en enero de 2010 se expondrán en el Cantón Exposición las obras de Hilary Haratoon.
Lo interesante gira en torno a que tanta retrospectiva ha permitido puntos de comparación que antes no eran tan visibles. Dependiendo de la época, las locaciones y quien liderara la acción de ir a pintar in situ, así fueron las propuestas visuales de los autores ¿A qué me refiero? Que se hacen obvias las influencias mutuas y las particularidades también. El caso es que la muestra que se exhibe en Die Augen recoge la labor de dos autores separados por la distancia, pero entrecruzados en el ejercicio de la actividad pictórica.
El primero que cito es Jaime Arimany (1908-1995). Este artista pertenece a la primera generación de estudiantes de la Escuela Nacional de Artes Plásticas y obtuvo su segunda formación en el extranjero. Por ende, su pincelada se distinguió por ser generosa en pigmento y color. Empastada, la luz es clave en sus registros. Atitlán, Amatitlán y otras visiones urbanas o no, fueron parte del inmenso legado que el artista dejó.
La colección también incluye obra de otro artista relevante, Miguel Ángel Ríos (1914-1991). Autor que además de haber fundado la galería de arte más antigua del país —Galería Ríos, 1945— es conocido por darle bríos a la técnica de la acuarela, con la cual alcanzó muchos de sus grandes méritos. Ambos autores fueron parte del grupo TRIAMA, y su producción se encuentra localizada en colecciones particulares y familiares.