Siempre he pensado que “El Principito” es literatura para adultos y no para chicos. Esto porque Antoine de Saint-Exupery supo traducir pensamientos desde su niño interno, algo muy difícil para cualquier adulto. ¿Fábula o cuento fantástico? La obra induce a quien la lee hacia una reflexión madura respecto a su posición en el mundo y las misiones que posee en él. La filosofía de Saint-Exupery lo incluyó todo. Amor, responsabilidad amistad y más…
Dos sacrílegos: Luis Román y Saúl Borneo, le metieron mano a los celebres textos para crear un libreto, versión chapina, de El Principito. El resultado, apreciable ya que el espectáculo –salvo algunos detallitos extraños como la coreografía final, la desastrosa adaptación de las letras a la música y sus débiles interpretaciones- corre y capta la atención de padres y niños. Público, este último, difícil de atrapar debido a la naturaleza de la obra ¿qué mejor recomendación que la atención de los infantes?
La propuesta de su director luce mágica. Magnificando recursos, Román condujo a su Principito por un universo extraño lleno de personajes coloridos y diversos. Ya en cámaras negras y fluorescentes formas o bien, con estrambóticos vestuarios y buenas actuaciones, el tiempo marcha casi sin sentirlo.
El elenco lo encabeza un primer actor: Alfredo Porras Smith. Este artista, además de poseer una carrera muy visible en la historia de las artes escénicas de Guatemala, es el actual director de la Escuela Nacional de Artes Dramáticas. Su papel de Rey destaca por el caleidoscopio emocional que le imprime.
Dos principitos en el rol principal: Antoine Gely y Luis Pedro Sosa, quien tomará el papel a partir del próximo fin de semana. Ambos tienen en común el haber sido estudiantes egresados de Artestudio Kodaly y poseer una capacidad extraordinaria para desarrollar sus personajes. Aunque un poco creciditos para la idea que uno se hace de este protagónico, la verdad es que no molesta, si no al contrario. En el caso de Gely, a quien vi en las funciones a las que asistí, es interesante notar como los niños se quedan extasiados al ver a un jovencito desenvolverse con donaire en el escenario.
El resto del elenco: Roberto Arana, Vivian Sánchez, Héctor Mejía, Nelly Castillo y el propio Luis Román, cumplen sus misiones a cabalidad y cada uno con especial encanto. En este sentido se pueden percibir las distintas escuelas a las que pertenecen. Es así como uno a uno van aportando elementos enriquecedores que hacen de cada escena, un entremés interesante. De Mejía hay que subrayar su papel como el “hombre de negocios”.
El resto lo hacen los efectos especiales y una serie de ocurrencias técnicas bien manejadas desde la prolija creatividad del director. Entre ellas hay que listar primero los vestuarios. Para los más convencionales, los contenidos que hacen esta creación literaria memorable, no se ven afectados por la propuesta. Además de provocar cuestionamientos, el espectador se puede llevar una matinal sonrisa a casa.
Dos sacrílegos: Luis Román y Saúl Borneo, le metieron mano a los celebres textos para crear un libreto, versión chapina, de El Principito. El resultado, apreciable ya que el espectáculo –salvo algunos detallitos extraños como la coreografía final, la desastrosa adaptación de las letras a la música y sus débiles interpretaciones- corre y capta la atención de padres y niños. Público, este último, difícil de atrapar debido a la naturaleza de la obra ¿qué mejor recomendación que la atención de los infantes?
La propuesta de su director luce mágica. Magnificando recursos, Román condujo a su Principito por un universo extraño lleno de personajes coloridos y diversos. Ya en cámaras negras y fluorescentes formas o bien, con estrambóticos vestuarios y buenas actuaciones, el tiempo marcha casi sin sentirlo.
El elenco lo encabeza un primer actor: Alfredo Porras Smith. Este artista, además de poseer una carrera muy visible en la historia de las artes escénicas de Guatemala, es el actual director de la Escuela Nacional de Artes Dramáticas. Su papel de Rey destaca por el caleidoscopio emocional que le imprime.
Dos principitos en el rol principal: Antoine Gely y Luis Pedro Sosa, quien tomará el papel a partir del próximo fin de semana. Ambos tienen en común el haber sido estudiantes egresados de Artestudio Kodaly y poseer una capacidad extraordinaria para desarrollar sus personajes. Aunque un poco creciditos para la idea que uno se hace de este protagónico, la verdad es que no molesta, si no al contrario. En el caso de Gely, a quien vi en las funciones a las que asistí, es interesante notar como los niños se quedan extasiados al ver a un jovencito desenvolverse con donaire en el escenario.
El resto del elenco: Roberto Arana, Vivian Sánchez, Héctor Mejía, Nelly Castillo y el propio Luis Román, cumplen sus misiones a cabalidad y cada uno con especial encanto. En este sentido se pueden percibir las distintas escuelas a las que pertenecen. Es así como uno a uno van aportando elementos enriquecedores que hacen de cada escena, un entremés interesante. De Mejía hay que subrayar su papel como el “hombre de negocios”.
El resto lo hacen los efectos especiales y una serie de ocurrencias técnicas bien manejadas desde la prolija creatividad del director. Entre ellas hay que listar primero los vestuarios. Para los más convencionales, los contenidos que hacen esta creación literaria memorable, no se ven afectados por la propuesta. Además de provocar cuestionamientos, el espectador se puede llevar una matinal sonrisa a casa.