Desde el pasado miércoles se exhibe -en la galería “Lucía Gómez, Arte Contemporáneo”- la retrospectiva de la artista Elena Paz y Paz.
La colección reúne múltiples piezas entre esmaltes, esculturas, pinturas y collages. Técnica, la primera, que domina sobre toda la muestra y que marca de especial manera la trayectoria de la activa autora.
Entre el anecdotario de una larga vida llena de compensaciones hay una historia que me llamó especialmente la atención ya que perfila su temple. Cuando terminó la formación como maestra de educación primaria no podía ingresar a la universidad porque se necesitaba el título de bachiller y éste no estaba disponible para señoritas. Por lo mismo se matriculó, no imagino cómo lo logró, en el Instituto Nacional Central Para Varones junto con otras dos jovencitas. En la San Carlos obtuvo, por supuesto, la Licenciatura en Pedagogía.
Elena Paz y Paz empezó su tránsito por las artes, precozmente, en la Escuela Nacional de Artes Plásticas. Más adelante, en la década del cincuenta, exploró las bondades del óleo al estudiar y representar el trabajo de grandes maestros de la pintura universal. Poco después, trabajó la escultura y se adentró en temas eminentemente estéticos que tomaron como base la figura humana y algunos de los elementos que la componen. De este lapso surgen dos monumentos públicos. El de Belarmino Molina, desaparecido tras el terremoto de 1976 y que se localizaba en el parque central del Municipio de San Juan Sacatepéquez y el otro, una madre con su niño frente al edificio de Maternidad del Hospital Rooselvelt en la zona 11.
Las inquietudes y la necesidad de seguir explorando la llevaron al artista chileno Eduardo Gaya. En aquel lapso, 1962-1967, compartió inquietudes de formación a la par de artistas guatemaltecos como González Goyri (Roberto), Garavito y Ochaeta. Estuvo con ella otra personalidad hoy olvidada de la técnica, quien también desarrolló hasta las últimas consecuencias el esmalte: Marta Duran de Schwank.
El Batik y la Joyería llegaron en los años setenta cuando radicó en la ciudad de Kansas (USA). Conocimiento, este último, que la llevaría a proponer obras mixtas que le darían un carácter personalista a su producción la cual llegó a incluir trabajos con plata a la cera perdida. De aquella época hay, inclusive, objetos de carácter utilitario como cofres, espejos así como diversidad de collages. En plena producción le tocó enfrentar el secuestro y posterior recuperación de su esposo. Con él partió temporalmente a Belice y allí, debido a las limitadas posibilidades de conseguir materiales para hacer esmaltes, retoma el pincel para adentrase en la pintura de paisaje y en una serie de retratos familiares cargados de la nostalgia íntima y dolorosa proporcionada por el exilio y la forzada separación de los suyos.
Su exposición es, entonces, el resumen de una vida diversa y bien fundamentada. El guión museográfico permite ver encuentros, aciertos y propuestas sintetizadas desde la perspectiva de una artista en constante evolución. En su producción se pueden apreciar un perfil de síntesis y de color específicos y por ende, muy propios.
lunes, 27 de abril de 2009
lunes, 20 de abril de 2009
Luna de Herrera
Hablar de una artista del siglo XIX a la cual se le reconozca su lugar dentro del exclusivista mundo masculino de las artes nacionales no es nada común.
Que su legado haya trascendido hasta el presente y que en distintos momentos haya sido discutido, registrado y comentado en importantes retrospectivas como 100 años de retrato en Guatemala (Fundación Paiz), o los compendios de la Academia de Geografía e Historia, tampoco es usual. En el presente, Silvia Herrera U. lleva a cabo otra investigación que será presentada al público en breve, auspiciada por la Fundación Pantaleón.
Esta fundación es una organización privada apolítica, cuya intención es fortalecer el avance de las actividades económicas del país. Fue fundada en 1992 por iniciativa de los accionistas de las organizaciones de los Ingenios Pantaleón y Concepción. Desde su perspectiva impulsan programas específicos que apoyan el desarrollo educativo, social y económico del país, en especial en el área rural guatemalteca. Al mismo tiempo pertenece al Consejo de Fundaciones Privadas de Guatemala (CFPG), una organización que comparte metas similares con otras organizaciones no gubernamentales.
Esta entidad, entre múltiples funciones, proyecciones y misiones, cerró un importante convenio de intercambio con la Universidad de Texas (EE. UU.) y su Departamento de Investigaciones Mesoamericanas. Su función será la de albergar a académicos de cualquier nacionalidad que investiguen disciplinas relacionadas con el arte en sus distintas manifestaciones, la cultura social y la escritura prehispánicas.
Para ello restauraron, con todos los requisitos de ley previstos por el Consejo de la Protección de la Antigua Guatemala, una propiedad que data de finales del siglo XVII, la cual arquitectónicamente es un museo en sí mismo. Según la información que aparece en las páginas web de la referida universidad, La Casa Herrera funcionará como un sitio flexible e interdisciplinario, donde los eruditos pueden construir y presentar grupos de estudio, simposios, reuniones, exposiciones y conferencias. Además, mantendrán una biblioteca y un laboratorio tecnológico.
En este marco académico, la Fundación Pantaleón se decidió por el rescate definitivo de la obra, memoria y dimensión histórica de la artista Delfina Luna. El equipo interdisciplinario que ha trabajado en el proyecto (Silvia Herrera, Ileana y Carlos Gálvez, de Foto Europa, los restauradores Lucía Pérez y Efraín Contreras y mi persona); el celo de los contenidos de la investigación correspondiente y las consecuencias que pueda causar la reunión de las piezas de esta artista, serán la segunda parte del proyecto que seguramente seguirá creciendo. Trabajo, todo, que desvela indicios apasionantes que vuelven al presente una figura muy lineal y especial del siglo XIX.
La Sala Delfina Luna de la Casa Herrera cuenta, de momento, con 25 pinturas de diverso género y dimensiones variables. Destacan retratos familiares y religiosos, entre otros géneros. Dejo, para no quemar contenidos del libro, otro par de columnas dedicadas a esta artista.
Que su legado haya trascendido hasta el presente y que en distintos momentos haya sido discutido, registrado y comentado en importantes retrospectivas como 100 años de retrato en Guatemala (Fundación Paiz), o los compendios de la Academia de Geografía e Historia, tampoco es usual. En el presente, Silvia Herrera U. lleva a cabo otra investigación que será presentada al público en breve, auspiciada por la Fundación Pantaleón.
Esta fundación es una organización privada apolítica, cuya intención es fortalecer el avance de las actividades económicas del país. Fue fundada en 1992 por iniciativa de los accionistas de las organizaciones de los Ingenios Pantaleón y Concepción. Desde su perspectiva impulsan programas específicos que apoyan el desarrollo educativo, social y económico del país, en especial en el área rural guatemalteca. Al mismo tiempo pertenece al Consejo de Fundaciones Privadas de Guatemala (CFPG), una organización que comparte metas similares con otras organizaciones no gubernamentales.
Esta entidad, entre múltiples funciones, proyecciones y misiones, cerró un importante convenio de intercambio con la Universidad de Texas (EE. UU.) y su Departamento de Investigaciones Mesoamericanas. Su función será la de albergar a académicos de cualquier nacionalidad que investiguen disciplinas relacionadas con el arte en sus distintas manifestaciones, la cultura social y la escritura prehispánicas.
Para ello restauraron, con todos los requisitos de ley previstos por el Consejo de la Protección de la Antigua Guatemala, una propiedad que data de finales del siglo XVII, la cual arquitectónicamente es un museo en sí mismo. Según la información que aparece en las páginas web de la referida universidad, La Casa Herrera funcionará como un sitio flexible e interdisciplinario, donde los eruditos pueden construir y presentar grupos de estudio, simposios, reuniones, exposiciones y conferencias. Además, mantendrán una biblioteca y un laboratorio tecnológico.
En este marco académico, la Fundación Pantaleón se decidió por el rescate definitivo de la obra, memoria y dimensión histórica de la artista Delfina Luna. El equipo interdisciplinario que ha trabajado en el proyecto (Silvia Herrera, Ileana y Carlos Gálvez, de Foto Europa, los restauradores Lucía Pérez y Efraín Contreras y mi persona); el celo de los contenidos de la investigación correspondiente y las consecuencias que pueda causar la reunión de las piezas de esta artista, serán la segunda parte del proyecto que seguramente seguirá creciendo. Trabajo, todo, que desvela indicios apasionantes que vuelven al presente una figura muy lineal y especial del siglo XIX.
La Sala Delfina Luna de la Casa Herrera cuenta, de momento, con 25 pinturas de diverso género y dimensiones variables. Destacan retratos familiares y religiosos, entre otros géneros. Dejo, para no quemar contenidos del libro, otro par de columnas dedicadas a esta artista.
lunes, 13 de abril de 2009
Dos nuevos libros
Casi simultáneamente se entregaron dos novedades editoriales —de lujo— enfocadas en el conocimiento de imágenes, ornamentos y tradiciones católicas guatemaltecas: Nazarenos de Guatemala y Contemplaciones.
La primera es obra del fotógrafo José Carlos Flores y se centra en el registro de 23 tallas del Nazareno localizadas en templos de todo el país. Esculturas, todas, que son únicas en cuanto los sentimientos individuales de los artistas que las crearon. Por lo mismo están consideradas como trabajos de belleza extraordinaria y eslabones fundamentales en la historia y la estética del arte nacional.
Entre las características que potencia el libro Nazarenos de Guatemala, repunta el énfasis que Flores hace respecto de los complementos en cada obra. Tanto su orfebrería, como las túnicas, bordados y elementos suntuarios que engalanan las imágenes, resaltan a la par de las peculiaridades del encarnado y características físicas de las estatuas. Detalles que ofrecen una visión poco usual y propician un encuentro más íntimo. Además de identificar la locación exacta de las piezas, brinda un valioso material que permite seguir el rastro de la obra desde el momento que fue creada hasta el presente. En este sentido cada Señor posee su propia y apasionante historia. Uno de los segmentos especiales del libro es el dedicado al Niño Jesús Nazareno de la Demanda. La sutil belleza de esta creación es incomparable, lo que se hace más visible gracias al esmero con el que fue presentado. Como corolario, el autor reseña los usos procesionales y los momentos relevantes que las esculturas tienen dentro del calendario cuaresmal. En apoyo de la base documental se encuentran las acertadas colaboraciones de Carlos Enrique Berdúo y Mauricio Chaulón.
Contemplaciones, por su lado, reúne un valioso material analítico de la historia, arte y cultura de la Semana Santa guatemalteca. La dirección y origen del proyecto estuvo a cargo de Felipe Aguilar quien compartió créditos, en la investigación de campo, con el académico Johann Melchor. A ellos se sumó un equipo interdisciplinario que contribuyó con el rigor de la obra.
Las visiones del pasado y el presente abundan desde perspectivas que no olvidaron la especial topografía guatemalteca. Fotografías antiguas presentan de modo didáctico el ayer de la tradición nacional y el esfuerzo de las cofradías para impregnar de mayor dignidad una festividad que está más que enraizada en el corazón de los católicos. Panorama que se multiplica ampliamente ya que en la ilustración contemporánea participaron muchos de los mejores fotógrafos del país.
Entre tanto capítulo destacable hay uno que me llamó mucho la atención: “Consideraciones prehispánicas alrededor de la Semana Santa”. Éste fue desarrollado por Juan Antonio Valdés. En él se adentra en una profunda investigación, bien articulada, sobre las procesiones prehispánicas que fortalece con imágenes extraídas de murales y vasijas arqueológicos precolombinos. Otros créditos que fortalecen el proyecto son los nombres de Alfonso Molina, José Belgara, Julio Orozco, Haroldo Rodas y Miguel Álvarez Arévalo, entre otros.
Ambos libros, ya para terminar, son verdaderas joyas y constituye documentos indispensables dentro de toda biblioteca. No espere para tenerlos.
La primera es obra del fotógrafo José Carlos Flores y se centra en el registro de 23 tallas del Nazareno localizadas en templos de todo el país. Esculturas, todas, que son únicas en cuanto los sentimientos individuales de los artistas que las crearon. Por lo mismo están consideradas como trabajos de belleza extraordinaria y eslabones fundamentales en la historia y la estética del arte nacional.
Entre las características que potencia el libro Nazarenos de Guatemala, repunta el énfasis que Flores hace respecto de los complementos en cada obra. Tanto su orfebrería, como las túnicas, bordados y elementos suntuarios que engalanan las imágenes, resaltan a la par de las peculiaridades del encarnado y características físicas de las estatuas. Detalles que ofrecen una visión poco usual y propician un encuentro más íntimo. Además de identificar la locación exacta de las piezas, brinda un valioso material que permite seguir el rastro de la obra desde el momento que fue creada hasta el presente. En este sentido cada Señor posee su propia y apasionante historia. Uno de los segmentos especiales del libro es el dedicado al Niño Jesús Nazareno de la Demanda. La sutil belleza de esta creación es incomparable, lo que se hace más visible gracias al esmero con el que fue presentado. Como corolario, el autor reseña los usos procesionales y los momentos relevantes que las esculturas tienen dentro del calendario cuaresmal. En apoyo de la base documental se encuentran las acertadas colaboraciones de Carlos Enrique Berdúo y Mauricio Chaulón.
Contemplaciones, por su lado, reúne un valioso material analítico de la historia, arte y cultura de la Semana Santa guatemalteca. La dirección y origen del proyecto estuvo a cargo de Felipe Aguilar quien compartió créditos, en la investigación de campo, con el académico Johann Melchor. A ellos se sumó un equipo interdisciplinario que contribuyó con el rigor de la obra.
Las visiones del pasado y el presente abundan desde perspectivas que no olvidaron la especial topografía guatemalteca. Fotografías antiguas presentan de modo didáctico el ayer de la tradición nacional y el esfuerzo de las cofradías para impregnar de mayor dignidad una festividad que está más que enraizada en el corazón de los católicos. Panorama que se multiplica ampliamente ya que en la ilustración contemporánea participaron muchos de los mejores fotógrafos del país.
Entre tanto capítulo destacable hay uno que me llamó mucho la atención: “Consideraciones prehispánicas alrededor de la Semana Santa”. Éste fue desarrollado por Juan Antonio Valdés. En él se adentra en una profunda investigación, bien articulada, sobre las procesiones prehispánicas que fortalece con imágenes extraídas de murales y vasijas arqueológicos precolombinos. Otros créditos que fortalecen el proyecto son los nombres de Alfonso Molina, José Belgara, Julio Orozco, Haroldo Rodas y Miguel Álvarez Arévalo, entre otros.
Ambos libros, ya para terminar, son verdaderas joyas y constituye documentos indispensables dentro de toda biblioteca. No espere para tenerlos.
lunes, 6 de abril de 2009
Camino al Gólgota
Edwin Castro está exponiendo su obra reciente en el Cantón Exposición de G&T Continental.
Este artista es además de fotógrafo, reportero y periodista. Su labor repunta por sus constantes contribuciones al campo de las tradiciones y el folclor de Guatemala. Temas que han sido exaltados por medio de diversidad de reseñas periodísticas y conferencias en entidades educativas, culturales, religiosas y diplomáticas.
La Semana Santa y toda la actividad relativa a ella, es una de las inquietudes que registra con más constancia. Con esta exposición se apunta méritos significativos en la rama de la instantánea de ocasión debido a la dimensión con la que propuso un tema por demás recurrente. Tiene ojo y no desaprovecha el momento propicio para sacar “la foto”. Si por un lado se pueden calificar muy bien sus impresiones desde las perspectivas del color y la composición, se hace necesario señalar que es por otros valores que la colección se desborda.
La muestra está constituida por una sucesión de hallazgos afortunados desde donde propone su visión de espiritualidad. En otras palabras, no es una exposición más sobre la fecha y las posibilidades estéticas que la misma ofrece. La serie, entonces, trata sobre las personas y el modo como exteriorizan el sentimiento de su fe. Sentimiento qué, sin duda alguna, es parte integral de las inquietudes de autor porque logra trasmitirlo muy bien.
En lo personal he de reconocer que el encuentro con la exposición me llegó por dos hechos ajenos a la misma. El primero de ellos fue el haber visto a un muchacho muerto dentro de su carro en pleno corazón de Cuatro Grados Norte hace una semana. El de boca en boca –que en este país funciona demasiado bien- asevera que le suministraron una sustancia narcótica para robarle. Algo creíble por todo lo que se escucha y se lee. El segundo llegó con las notas rojas que aparecieron en los medios de comunicación la semana que se inauguró Camino Al Gólgota. Reportajes que cambian de protagonistas pero que, en lo que toca a la seguridad y los derechos que afectan al ciudadano promedio, no han variado un ápice desde hace mucho tiempo ¿Alguien sabe si ya se esclareció el asesinato de la pianista Dorothy Áscoly? Disquisiciones que al contraponerlas con la invitación del evento me impactaron porque, como ya anoté, los protagonistas que aparecen en la imagen eran una buena porción de chapines ejerciendo su derecho a vivir en paz y a desarrollarse libremente dentro de sus creencias.
El recorrido de Castro se convierte, desde esta perspectiva, en un camino de luz en el que todos los involucrados trabajan en cordial convivencia. Un mundo paralelo y multitudinario que eclipsa las noticias y que refleja a un pueblo capaz de coordinarse para hacer las cosas bien. Amén de la Dolorosa, el Jesús de la Merced y dejando de lado que el artista tomó como referencia una actividad católica, las dieciséis fotos demuestran con mayor fuerza que somos un pueblo que queremos vivir en paz, libertad y que todavía hay esperanza.
Este artista es además de fotógrafo, reportero y periodista. Su labor repunta por sus constantes contribuciones al campo de las tradiciones y el folclor de Guatemala. Temas que han sido exaltados por medio de diversidad de reseñas periodísticas y conferencias en entidades educativas, culturales, religiosas y diplomáticas.
La Semana Santa y toda la actividad relativa a ella, es una de las inquietudes que registra con más constancia. Con esta exposición se apunta méritos significativos en la rama de la instantánea de ocasión debido a la dimensión con la que propuso un tema por demás recurrente. Tiene ojo y no desaprovecha el momento propicio para sacar “la foto”. Si por un lado se pueden calificar muy bien sus impresiones desde las perspectivas del color y la composición, se hace necesario señalar que es por otros valores que la colección se desborda.
La muestra está constituida por una sucesión de hallazgos afortunados desde donde propone su visión de espiritualidad. En otras palabras, no es una exposición más sobre la fecha y las posibilidades estéticas que la misma ofrece. La serie, entonces, trata sobre las personas y el modo como exteriorizan el sentimiento de su fe. Sentimiento qué, sin duda alguna, es parte integral de las inquietudes de autor porque logra trasmitirlo muy bien.
En lo personal he de reconocer que el encuentro con la exposición me llegó por dos hechos ajenos a la misma. El primero de ellos fue el haber visto a un muchacho muerto dentro de su carro en pleno corazón de Cuatro Grados Norte hace una semana. El de boca en boca –que en este país funciona demasiado bien- asevera que le suministraron una sustancia narcótica para robarle. Algo creíble por todo lo que se escucha y se lee. El segundo llegó con las notas rojas que aparecieron en los medios de comunicación la semana que se inauguró Camino Al Gólgota. Reportajes que cambian de protagonistas pero que, en lo que toca a la seguridad y los derechos que afectan al ciudadano promedio, no han variado un ápice desde hace mucho tiempo ¿Alguien sabe si ya se esclareció el asesinato de la pianista Dorothy Áscoly? Disquisiciones que al contraponerlas con la invitación del evento me impactaron porque, como ya anoté, los protagonistas que aparecen en la imagen eran una buena porción de chapines ejerciendo su derecho a vivir en paz y a desarrollarse libremente dentro de sus creencias.
El recorrido de Castro se convierte, desde esta perspectiva, en un camino de luz en el que todos los involucrados trabajan en cordial convivencia. Un mundo paralelo y multitudinario que eclipsa las noticias y que refleja a un pueblo capaz de coordinarse para hacer las cosas bien. Amén de la Dolorosa, el Jesús de la Merced y dejando de lado que el artista tomó como referencia una actividad católica, las dieciséis fotos demuestran con mayor fuerza que somos un pueblo que queremos vivir en paz, libertad y que todavía hay esperanza.
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