El puente del primero de mayo nos sorprendió a muchos con la guardia abajo. Salir de vacaciones un miércoles para regresar lunes, en pleno mes de mayo, no pasa siempre. Si uno escribe los jueves, puede crear problemas para los más olvidadizos. En este caso, yo.
La cosa es que estaba en plena parranda, el jueves, rodeado de buenos y buenas amigas, cuando ya encaminada la fiesta me acuerdo de la columna y por ende del compromiso que tengo con las personas que me leen. Ni la Donna Summer, que acompañaba la tertulia a todo volumen, ni las muchachas de mis tiempos, que bailaban con el frenesí correspondiente a sus bien ganados cuarenta y tantos años, lograron disuadirme de salir corriendo en busca de mi computadora para cumplir con el compromiso adquirido el siglo pasado, en 1996. Nunca he dejado de escribirla, y las veces que no salió en tiempo fue, o por la Guerra de Irak, o porque algo muy preponderante se atravesó en el camino de nuestra historia inmediata y requirió del espacio de cultura -no el del fútbol, por supuesto- para dejar el registro correspondiente.
Mis comparsas me preguntaron qué pasaría si el cinco de mayo no salía la publicación, la estábamos pasando tan bien. Durante el minuto que acaricié la idea, lo primero que pensé fue una especie de pánico. Escribir en un medio de comunicación es una relación de intercambio con el lector. Es, en otras palabras, mucho más que unas simples frases organizadas de modos predeterminados. Sean documentales o personales (como en esta ocasión), estos escritos son una forma de compartir ideas con personas que uno va conociendo poco a poco. Definitivamente era imposible.
El lector, siempre el lector. Él, con su lectura, hace que se cumpla la misión de quienes escribimos. Siempre, al menos en mi caso, hay una respuesta. Es a partir de lo que anoto para Tres puntos... (u otros espacios) que puedo acceder a más y nueva información que compartir. Es gratificante ser abordado y enterarme de que leyeron tal o cual noticia y que les interesa hacerme llegar determinada información sobre x, y o z artista del cual casi no hay datos. No siempre salgo bien librado. Ya sea en la calle o por el correo electrónico, he conocido a gente muy interesante. El primer nombre que me viene a la memoria es el del activista social Josué Canú, solo para citar una firma que me comenta mis columnas de manera asidua.
No me imaginaba que, en mi correspondencia electrónica de ese lunes cinco, recibiría la noticia del deceso de la Revista Recrearte y con él la desaparición de mis En trescientas palabras. El sentimiento de pérdida que tengo es enorme. El público que la acogía era tan diverso como el que me lee en Prensa Libre.
En fin, valga este ejercicio para reforzar el compromiso de que, mientras tenga cabeza, Tres puntos... siga cumpliendo con su misión.
lunes, 26 de mayo de 2008
lunes, 19 de mayo de 2008
Fundación Mario Monteforte
En los últimos años me han llegado a las manos una serie de aportes de diversa índole. Muchos de ellos provienen de la Fundación Mario Monteforte Toledo.
Libros, DVD y otra serie de registros se suman al esfuerzo que la iniciativa privada y sus alianzas estratégicas, están realizando para exaltar, promover y rescatar la cultura artística nacional. Coaliciones que, del lado oficial, pocas veces resultan por los protagonismos politiqueros de los funcionarios a cargo.
Investigando un poco su origen me topé con una historia por demás esclarecedora. Los primeros pasos de la institución estuvieron marcados por un Premio Nacional de Literatura que le entregaron, en 1993, al propio Mario Monteforte Toledo. La suma, desproporcionada y ridícula (si se toma en cuenta que se estaba exaltando a figura preponderante del país), fue a su vez donada por el vital protagonista para estimular a autores que empezaran a dar sus primeros pasos en el campo de la novela.
Más adelante (1997), diez personas se reunieron para crear la Fundación Mario Monteforte Toledo: Efraín Recinos, Marco Augusto Quiroa, Manolo Gallardo, William Lemus, Alfredo Balsells Tojo, José Ruben Zamora, Martha Regina de Fahsen, Elmar René Rojas, José Toledo (quien preside y es el eje central de toda la actividad que desarrolla la Fundación) y el propio Monteforte. El objetivo fue el de establecer, una vez al año, el Premio de Novela en Guatemala. Decisión que se ha cumplido a cabalidad gracias a la donación de obras que artistas visuales han hecho para recaudar los cincuenta mil quetzales del premio.
A ellos se sumaría SOROS. Desde 2002, el reto sería más ambicioso y el certamen pasaría a tener carácter centroamericano.
El mismo año y de la mano, llegó el cine con Donde Acaban los Caminos. Este filme no solo contó con mucha atención a nivel nacional sino que nos dio trabajo a todos los artistas escénicos disponibles (ya en roles principales o de relleno). En todo caso la experiencia sirvió para unirse a otras voluntades y demostrar que el género y sus patrocinadores, estaban aportando un nuevo escenario para la expresión nacional. Junto a lo dicho han recuperado otro tipo de documentación, de corte documental, la cual ha sido pasada a formatos de DVD y posee la intención de educar a partir de seleccionadas producciones.
Entre los libros sobresalen los dedicados a artistas de primer orden como Marco Augusto Quiroa / Ayer y Hoy; Difusores Acústicos de Efraín Recinos (que ya va por su segunda edición); El Juego de Hacer Dibujos – pintura infantil de Efraín Recinos y el más reciente el Libro de Manolo Gallardo. Trabajos producidos con gran lujo y con textos bajo el cuidado de reputados analistas. Todo ello amén de los vitales apoyos a otras entidades independientes.
En el Instituto Guatemalteco Americano esta semana, la Fundación presentará dentro de la exposición que IGA organizó en honor a Daniel Schafer, la película DS. Además hay otras producciones de esta índole que ya están en proceso.
Libros, DVD y otra serie de registros se suman al esfuerzo que la iniciativa privada y sus alianzas estratégicas, están realizando para exaltar, promover y rescatar la cultura artística nacional. Coaliciones que, del lado oficial, pocas veces resultan por los protagonismos politiqueros de los funcionarios a cargo.
Investigando un poco su origen me topé con una historia por demás esclarecedora. Los primeros pasos de la institución estuvieron marcados por un Premio Nacional de Literatura que le entregaron, en 1993, al propio Mario Monteforte Toledo. La suma, desproporcionada y ridícula (si se toma en cuenta que se estaba exaltando a figura preponderante del país), fue a su vez donada por el vital protagonista para estimular a autores que empezaran a dar sus primeros pasos en el campo de la novela.
Más adelante (1997), diez personas se reunieron para crear la Fundación Mario Monteforte Toledo: Efraín Recinos, Marco Augusto Quiroa, Manolo Gallardo, William Lemus, Alfredo Balsells Tojo, José Ruben Zamora, Martha Regina de Fahsen, Elmar René Rojas, José Toledo (quien preside y es el eje central de toda la actividad que desarrolla la Fundación) y el propio Monteforte. El objetivo fue el de establecer, una vez al año, el Premio de Novela en Guatemala. Decisión que se ha cumplido a cabalidad gracias a la donación de obras que artistas visuales han hecho para recaudar los cincuenta mil quetzales del premio.
A ellos se sumaría SOROS. Desde 2002, el reto sería más ambicioso y el certamen pasaría a tener carácter centroamericano.
El mismo año y de la mano, llegó el cine con Donde Acaban los Caminos. Este filme no solo contó con mucha atención a nivel nacional sino que nos dio trabajo a todos los artistas escénicos disponibles (ya en roles principales o de relleno). En todo caso la experiencia sirvió para unirse a otras voluntades y demostrar que el género y sus patrocinadores, estaban aportando un nuevo escenario para la expresión nacional. Junto a lo dicho han recuperado otro tipo de documentación, de corte documental, la cual ha sido pasada a formatos de DVD y posee la intención de educar a partir de seleccionadas producciones.
Entre los libros sobresalen los dedicados a artistas de primer orden como Marco Augusto Quiroa / Ayer y Hoy; Difusores Acústicos de Efraín Recinos (que ya va por su segunda edición); El Juego de Hacer Dibujos – pintura infantil de Efraín Recinos y el más reciente el Libro de Manolo Gallardo. Trabajos producidos con gran lujo y con textos bajo el cuidado de reputados analistas. Todo ello amén de los vitales apoyos a otras entidades independientes.
En el Instituto Guatemalteco Americano esta semana, la Fundación presentará dentro de la exposición que IGA organizó en honor a Daniel Schafer, la película DS. Además hay otras producciones de esta índole que ya están en proceso.
lunes, 12 de mayo de 2008
Magda Eunice Sánchez
A penas hace unas semanas todo parecía estar sin mayores novedades. El primer síntoma fue en público: se desmayó en una exposición. El comentario en aquel momento fue que el evento le había sucedido con tanta gracia que se parecía, en lo etéreo de la caída, a una de sus propias pinturas. Nadie podía imaginar que aquello no era más que un síntoma de una terrible enfermedad terminal.
Hasta hace a penas unas semanas la artista lucía llena de planes y de vida. Incluso expuso una colección más que interesante en enero. Ella y sus últimos trabajos estaban resplandecientes. A estas alturas no sabemos si Magda ya sabía lo avanzada que estaba su enfermedad o si simplemente quiso ignorarla para seguir adelante hasta que el cuerpo aguantara. Toda conjetura cabe dentro de lo posible.
Con Magda Eunice Sánchez se perdió a una de las figuras femeninas con más presencia y constancia en la historia de las artes de Guatemala. Sus primeras apariciones en el escenario visual guatemalteco se remontan a los años sesenta cuando, siendo una estudiante de arquitectura, comenzó a hacer algunas ilustraciones y dibujos muy sueltos. Ella siempre dijo que lo que le gustaba era pintar por el gusto de hacerlo y no por nada más. En este sentido siempre le fue fiel a su lema y no se dejó influenciar por las corrientes político/sociales que investigaban sus condiscípulos de la generación del sesenta ni por las conceptuales de los artistas alrededor de la Galería DS.
Con esas herramientas y con determinación consiguió, por méritos propios, estar incluida entre un grupo muy cerrado de hombres, en la exposición de apertura de la galería Vértebra. A partir de aquel momento siempre estuvo considerada como singular entre el selecto listado de varones que conformaron la cúpula creativa del arte del siglo XX. Incluido en este pequeño grupo su propio tío Dagoberto Vásquez Castañeda que, como es lógico, debe ser considerado una de sus referencias inmediatas. Sin embargo, hay que subrayar que, aunque ambos coincidían en algunas temáticas, tenían formas opuestas de expresarlas.
Su tópico principal, aunque no exclusivo, fue la mujer. A ésta la exaltó hasta el límite remarcando su sensualidad estética con una poesía especial, única y evocadora. Sus obras anteriores y recientes no dejaron nunca de ser autorretratos que señalaban aspectos introspectivos. De allí que sus gatos jueguen ese doble papel entre feminoide y enigmático. De la vitalidad equina se concentró en hacer visible la gracia e ímpetu del garañón pero entregándole un halo femenino propio. Manchas, dedazos, corrompían lo límpido del soporte para otorgar otra fuerza antagonista a esos modelos provocativos. Su acuarela, lo mismo que otros pigmentos, tomaron características “magdianas” que sólo a ella le funcionaron y que alcanzó a llevar al campo de la escultura con una nueva realidad.
Su muerte, temprana ya que estaba en plena producción, sorprende y enluta de nuevo al sector cultural artístico del país… Descansa en paz, querida Magda. Te vamos a extrañar siempre. Adiós.
Hasta hace a penas unas semanas la artista lucía llena de planes y de vida. Incluso expuso una colección más que interesante en enero. Ella y sus últimos trabajos estaban resplandecientes. A estas alturas no sabemos si Magda ya sabía lo avanzada que estaba su enfermedad o si simplemente quiso ignorarla para seguir adelante hasta que el cuerpo aguantara. Toda conjetura cabe dentro de lo posible.
Con Magda Eunice Sánchez se perdió a una de las figuras femeninas con más presencia y constancia en la historia de las artes de Guatemala. Sus primeras apariciones en el escenario visual guatemalteco se remontan a los años sesenta cuando, siendo una estudiante de arquitectura, comenzó a hacer algunas ilustraciones y dibujos muy sueltos. Ella siempre dijo que lo que le gustaba era pintar por el gusto de hacerlo y no por nada más. En este sentido siempre le fue fiel a su lema y no se dejó influenciar por las corrientes político/sociales que investigaban sus condiscípulos de la generación del sesenta ni por las conceptuales de los artistas alrededor de la Galería DS.
Con esas herramientas y con determinación consiguió, por méritos propios, estar incluida entre un grupo muy cerrado de hombres, en la exposición de apertura de la galería Vértebra. A partir de aquel momento siempre estuvo considerada como singular entre el selecto listado de varones que conformaron la cúpula creativa del arte del siglo XX. Incluido en este pequeño grupo su propio tío Dagoberto Vásquez Castañeda que, como es lógico, debe ser considerado una de sus referencias inmediatas. Sin embargo, hay que subrayar que, aunque ambos coincidían en algunas temáticas, tenían formas opuestas de expresarlas.
Su tópico principal, aunque no exclusivo, fue la mujer. A ésta la exaltó hasta el límite remarcando su sensualidad estética con una poesía especial, única y evocadora. Sus obras anteriores y recientes no dejaron nunca de ser autorretratos que señalaban aspectos introspectivos. De allí que sus gatos jueguen ese doble papel entre feminoide y enigmático. De la vitalidad equina se concentró en hacer visible la gracia e ímpetu del garañón pero entregándole un halo femenino propio. Manchas, dedazos, corrompían lo límpido del soporte para otorgar otra fuerza antagonista a esos modelos provocativos. Su acuarela, lo mismo que otros pigmentos, tomaron características “magdianas” que sólo a ella le funcionaron y que alcanzó a llevar al campo de la escultura con una nueva realidad.
Su muerte, temprana ya que estaba en plena producción, sorprende y enluta de nuevo al sector cultural artístico del país… Descansa en paz, querida Magda. Te vamos a extrañar siempre. Adiós.
domingo, 11 de mayo de 2008
Mario Hernández (+2008)
Este artista falleció el pasado miércoles a eso de las seis de la tarde. Su trayectoria, que no es pequeña, está mal registrada y por lo mismo se hace difícil reseñarla (trabajo que, por justicia, habrá que realizar con detenimiento en el futuro). Mario Hernández jugó un papel de primer orden junto a artistas como Julia Vela, Ingrid Álvarez, Fernando Navichoque, Rolando Zúñiga, Lucía Armas y Rolando Calvillo, entre otros, en el Ballet Folklórico y Moderno de Guatemala.
Su educación la realizó entre la Escuela Nacional de Danza de Guatemala y el Ballet Moderno de Costa Rica. En Nueva York (EE.UU) también obtendría más conocimiento en el Merce Couninngham Dance Fundation. Sin embargo, hay que anotar que como hombre del escenario fue muy completo ya que, además de bailar, cantaba y actuaba con prestancia.
A Guatemala la representó, a la par de otros destacados bailarines, en distintas representaciones tanto en el continente americano como el europeo. Probablemente llegó también a otras latitudes, pero no tengo documentos de los que echar mano para poder afirmar tal cosa. Su método de enseñanza se basó siempre en el respeto de los recursos formales y las herramientas que estos le brindaban para lograr una creación coherente, siempre casada en lo estético y la figura humana.
En el teatro, más recientemente, Mario Hernández se encargó de coreografías para distintos musicales con varias entidades particulares. Yo lo conocí porque me dirigió en múltiples ocasiones en las producciones de Artestudio Kodaly y, más adelante, tuve el privilegio de compartir como colegas cuando realizamos Mary Poppins. Por sus cualidades humanas, su espíritu solidario y festivo, los que conocimos a Mario lo vamos a extrañar. Descansa en paz, querido amigo.
II Salón Nacional de Grabado
La semana pasada, luego de escribir unas sentidas líneas por el deceso de Josefina Alonso de Rodríguez, realicé un listado de actividades recomendables para su visita. Entre ellas destaqué dos exposiciones relacionadas a las técnicas de grabado. La que está en el Museo Nacional de Arte Moderno, que posee la característica de ser certamen bienal, se inauguró el martes de la semana pasada ante un número incalculable de público. Así de exagerado como suena.
De unas ciento veinticinco piezas participantes, se seleccionaron ochenta. Los primeros lugares los alcanzaron dos de los integrantes del grupo La Torana: Marlov Barrios y Josué Romero, respectivamente. El premio al artista menor de veinticinco años lo obtuvo Mario Santizo. La coincidencia es que los tres pertenecen al Taller Experimental de Gráfica que, hoy por hoy, reune a varios de los artistas más representativos del arte nacional joven del siglo XXI. Por lo mismo, no es de extrañar que alcanzaran tal privilegio.
A parte de estos y los artistas cercanos a su círculo, también se pudo apreciar la inclusión de otros trabajos cuyos marcos conceptuales se alejan del quehacer usual de esos autores. Entre ellos hay que listar la obra de Olga Arriola de Geng... (Continúa).
Su educación la realizó entre la Escuela Nacional de Danza de Guatemala y el Ballet Moderno de Costa Rica. En Nueva York (EE.UU) también obtendría más conocimiento en el Merce Couninngham Dance Fundation. Sin embargo, hay que anotar que como hombre del escenario fue muy completo ya que, además de bailar, cantaba y actuaba con prestancia.
A Guatemala la representó, a la par de otros destacados bailarines, en distintas representaciones tanto en el continente americano como el europeo. Probablemente llegó también a otras latitudes, pero no tengo documentos de los que echar mano para poder afirmar tal cosa. Su método de enseñanza se basó siempre en el respeto de los recursos formales y las herramientas que estos le brindaban para lograr una creación coherente, siempre casada en lo estético y la figura humana.
En el teatro, más recientemente, Mario Hernández se encargó de coreografías para distintos musicales con varias entidades particulares. Yo lo conocí porque me dirigió en múltiples ocasiones en las producciones de Artestudio Kodaly y, más adelante, tuve el privilegio de compartir como colegas cuando realizamos Mary Poppins. Por sus cualidades humanas, su espíritu solidario y festivo, los que conocimos a Mario lo vamos a extrañar. Descansa en paz, querido amigo.
II Salón Nacional de Grabado
La semana pasada, luego de escribir unas sentidas líneas por el deceso de Josefina Alonso de Rodríguez, realicé un listado de actividades recomendables para su visita. Entre ellas destaqué dos exposiciones relacionadas a las técnicas de grabado. La que está en el Museo Nacional de Arte Moderno, que posee la característica de ser certamen bienal, se inauguró el martes de la semana pasada ante un número incalculable de público. Así de exagerado como suena.
De unas ciento veinticinco piezas participantes, se seleccionaron ochenta. Los primeros lugares los alcanzaron dos de los integrantes del grupo La Torana: Marlov Barrios y Josué Romero, respectivamente. El premio al artista menor de veinticinco años lo obtuvo Mario Santizo. La coincidencia es que los tres pertenecen al Taller Experimental de Gráfica que, hoy por hoy, reune a varios de los artistas más representativos del arte nacional joven del siglo XXI. Por lo mismo, no es de extrañar que alcanzaran tal privilegio.
A parte de estos y los artistas cercanos a su círculo, también se pudo apreciar la inclusión de otros trabajos cuyos marcos conceptuales se alejan del quehacer usual de esos autores. Entre ellos hay que listar la obra de Olga Arriola de Geng... (Continúa).
lunes, 5 de mayo de 2008
Alfredo García
El trabajo de este autor sobresale en las artes visuales realizadas en occidente, y su pintura es una de las que mejor representa la evolución del paisajismo nacional. Lejos desde hace mucho de las expresiones académicas, Alfredo García ha sabido encontrar en las comunidades que rodean a la ciudad de Quetzaltenango y de otras localidades del área, un referente inagotable.
De entre los valores que destacan en la producción de García, sobresale la capacidad de síntesis con la que refleja los asentamientos rural/urbanos que atraen su curiosidad. En la interpretación de añejas arquitecturas ejerce el control absoluto del creador para otorgarles nuevas lecturas y un misterio particular. No es un registrador que transcribe. Es un artífice que, si bien confiere importancia a ciertos elementos de la realidad, los reviste de una nueva categoría que justifica su presencia y existencia en el espacio.
Las montañas, señas topográficas definitorias de la geografía del país y de los departamentos en que focaliza su atención, se transforman en escenarios sinuosos que parecieran no tener fin. En ellos no hay ningún ser viviente, ni animal o vegetal. Un plano se sobrepone a otro y así, las dimensiones se pierden hacia un infinito agradablemente silencioso y grato. Serenidad, orden, composición… un mundo ideal que luce desierto e inhabitado, pero anhelable en toda su paz organizativa. Su universo, entonces, en lugar de lucir marchito se regenera a partir de la homeostasis oferente. Trabajo que pareciera testigo imperecedero de alguna civilización que lo habitó (o que, quizás pronto lo hará).
Cuando no son paisajes con elementos urbanos, es el lago de Atitlán y junto a algunas herramientas humanas que intervienen la semblanza del entorno. Barcazas, muelles y lazos se pierden fundidos en un agua cristalina perteneciente a otro mundo de una galaxia no tan contaminada por el progreso del hombre. Su iconografía la complementan cacharros, ventanas, escaleras y mueblería popular redimensionados como objetos preciosos, de incalculable valor, superpuestos en la composición original sin respeto a sus tamaños reales. De esta manera propone pinturas, dentro de otras pinturas y de paso, juega con la percepción espacial del observador. Acá corrompe las reglas y promulga nuevas leyes que, en su creación, funcionan.
En sus cuadros son factibles metáforas imposibles como, por ejemplo, escuchar el silencio. Sensación que, en todos los casos, se alimenta con siempre renovada vitalidad de un valor característico de García: su depurada y sutilísima paleta. A diferencia de sus compañeros de generación y la expresión de la bien establecida escuela quezalteca, Alfredo García dirigió su atención hacia lo sutil en la aplicación del pigmento. No es que se haya olvidado del color, al contrario, en aquella región la gama es avasallante. Lo que pasa es que en su entendimiento del oficio, lo materializa como conocedor indiscutible de la técnica. Son óleos que, matizados desde la perspectiva del pintor, se convierten en poesía… Este autor fue honrado como el artista del año 2008 por los personeros de la Fundación Rozas Botrán.
De entre los valores que destacan en la producción de García, sobresale la capacidad de síntesis con la que refleja los asentamientos rural/urbanos que atraen su curiosidad. En la interpretación de añejas arquitecturas ejerce el control absoluto del creador para otorgarles nuevas lecturas y un misterio particular. No es un registrador que transcribe. Es un artífice que, si bien confiere importancia a ciertos elementos de la realidad, los reviste de una nueva categoría que justifica su presencia y existencia en el espacio.
Las montañas, señas topográficas definitorias de la geografía del país y de los departamentos en que focaliza su atención, se transforman en escenarios sinuosos que parecieran no tener fin. En ellos no hay ningún ser viviente, ni animal o vegetal. Un plano se sobrepone a otro y así, las dimensiones se pierden hacia un infinito agradablemente silencioso y grato. Serenidad, orden, composición… un mundo ideal que luce desierto e inhabitado, pero anhelable en toda su paz organizativa. Su universo, entonces, en lugar de lucir marchito se regenera a partir de la homeostasis oferente. Trabajo que pareciera testigo imperecedero de alguna civilización que lo habitó (o que, quizás pronto lo hará).
Cuando no son paisajes con elementos urbanos, es el lago de Atitlán y junto a algunas herramientas humanas que intervienen la semblanza del entorno. Barcazas, muelles y lazos se pierden fundidos en un agua cristalina perteneciente a otro mundo de una galaxia no tan contaminada por el progreso del hombre. Su iconografía la complementan cacharros, ventanas, escaleras y mueblería popular redimensionados como objetos preciosos, de incalculable valor, superpuestos en la composición original sin respeto a sus tamaños reales. De esta manera propone pinturas, dentro de otras pinturas y de paso, juega con la percepción espacial del observador. Acá corrompe las reglas y promulga nuevas leyes que, en su creación, funcionan.
En sus cuadros son factibles metáforas imposibles como, por ejemplo, escuchar el silencio. Sensación que, en todos los casos, se alimenta con siempre renovada vitalidad de un valor característico de García: su depurada y sutilísima paleta. A diferencia de sus compañeros de generación y la expresión de la bien establecida escuela quezalteca, Alfredo García dirigió su atención hacia lo sutil en la aplicación del pigmento. No es que se haya olvidado del color, al contrario, en aquella región la gama es avasallante. Lo que pasa es que en su entendimiento del oficio, lo materializa como conocedor indiscutible de la técnica. Son óleos que, matizados desde la perspectiva del pintor, se convierten en poesía… Este autor fue honrado como el artista del año 2008 por los personeros de la Fundación Rozas Botrán.
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